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Las dos caras de Luz Casal

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«Lo que ocurre en este disco es que emociona de dos maneras: con poderío y con sensibilidad. Dos facetas de una misma mujer, arriesgada y vibrante»

 

César Prieto se sumerge en el nuevo disco de Luz Casal, un homenaje a las mujeres que la han inspirado en el mundo de la música, pero también una reivindicación personal.

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Luz Casal ha llegado a un momento de su carrera en la que puede hacer cualquier cosa, y siempre le quedará bonita. Diecisiete elepés lleva, con este Me voy a permitir, y ya conoce cuál es la tecla que debe pulsar para que la emoción visite nuestra piel. A la manera de Fernando Pessoa, es una fingidora, que finge que es verdad el dolor que siente de verdad. En principio, concebido como homenaje a las mujeres que la han inspirado en el mundo de la música, tiene también mucho de reivindicación personal.

Lo que ocurre es que aquí emociona de dos maneras: con poderío y con sensibilidad. Son dos caras de una misma mujer, arriesgada y vibrante. En “¿Qué has hecho conmigo?” vuelve a ser la rockera de sus inicios, poderosa, para reflejar como nadie la veneración de los adolescentes por sus ídolos y de los adultos que se sienten adolescentes. También es potente “Parece ser”, con un leve toque social, la mentira, la capa de pantallas que nos cubre los ojos, para defender la propia individualidad. En ella, la banda brilla con una fuerza de impresión, también en los solos.

Y el poder rockero hasta el límite, casi heavy, se encuentra en “Me voy a permitir”, con una letra de afirmación personal, fuera de convencionalismos. Quizá también entre en este baremo el “Blues de la cebolla”, un blues de juguete, de empoderamiento de la mujer, que huye de las escenas de picar verduras, de sofritos, de guisos —«tú eres la joya»—, a la manera del Neruda de Odas elementales. La interpretación es rugosa y dinámica y se acompaña un exquisito solo de manos de Robbie McIntosh (The Pretenders, Norah Jones, John Mayer), uno de los músicos más codiciados del panorama internacional.

La parte sentimental está presentada por “Nada es imposible”, con un inicio casi calcado al de “Anduriña” de Juan y Junior, que sostiene una letra que habla de la autoestima, de la búsqueda de felicidad, con ese fondo orquestal que maneja tan bien, algún coro y un aire casi beatle en ese crescendo de metales que la convierte en la más sesentera. Pero sobre todo hay boleros y un fado.

El fado, “Lágrima”, uno de los más emblemáticos de Amalia Rodrigues, es excepcional, con aire portugués, cuerdas de guitarra sin más aliño y final a capella para darle un aire perfecto. “Ella”, el primer bolero, a pesar de ser una canción de Charles Aznavour, atesora otra joya, la incorporación de Carla Bruni con su voz susurrante y cascada.

El segundo, “Bravo”, una canción que ya había hecho famosa Olga Guillot, con un fondo más electrónico que orquestal, y una voz contenida, seguramente para contrastar con la crudeza de la letra que lo impregna todo de dolor, de ese sentido trágico de la vida. Me ha recordado, lejanamente, en pretensión y resultados, a Corcobado cuando enfoca el género.

De estirpe hispanoamericana —Luz conserva entre terciopelo estas joyas— es también “Todo cambia”, que se desliza hacia texturas de cantautora, incluso por la letra, del cancionero de Mercedes Sosa, pero afín también a Soledad Bravo o a Violeta Parra, por el sabor, por los coros, por buscar la sencillez que allí es necesaria. Lucha y optimismo para el siglo XXI. Y de mucho más al norte es “Te mereces un amor”, una impresionante ranchera que va subiendo de intensidad y que toma de Vivir Quintana, una de las cantautoras más destacadas de México, con un inicio casi susurrado y explosiones según avanza la canción.

Son solo diez temas, la mitad originales y la otra mitad versiones, pero dan cuenta, por si no se sabía, que Luz es nuestra gran dama de la canción, sucediendo y al mismo nivel que María Dolores Pradera, vibrante en todos los registros, como intérprete enérgica y empoderada y como recogida compositora que acaricia los hilos del corazón, en el trabajo más ecléctico de su carrera. Canta desde el dolor y el desamor, pero también desde la rabia, y su voz se hace carne y luz, como su nombre.