LIBROS
«Relatos llenos de sugerencias y elipsis, de inquietudes que no se muestran sino en lo callado. Hay más peso y solidez en lo que no se dice que en lo que se dice»

Lara Moreno
Ningún amor está vivo en el recuerdo
LUMEN, 2025
Texto: CÉSAR PRIETO.
Lara Moreno prepara explosiones bajo su palabra. No las activa, de momento, pero reparte minas escondidas, claro, en una prosa que parece estática y calma, pero que está larvada. Cada frase contiene debajo miles de insectos que se la comen, que acechan al lector, que emiten un sordo murmullo de actividad secreta, pero demoledora.
Hay parejas que se destruyen y se ven al cabo de siete años en “Vivo en el recuerdo”, la casualidad hace que coincidan en la misma ciudad. Y se ven, pero verse es sinónimo de que no ha pasado nada, nada más que el tiempo. También ocurre en “Los amigos”. Domingo llama a Regina, un antiguo amor que conoció en un viaje a Croacia, para invitarla a pasar tres días en su casa de Vilanova. Por supuesto, la relación es cordial. Por supuesto, aparecen resquemores antiguos.
Las parejas que sobreviven, segundos antes de la destrucción, son una fuente impresionante de sentimientos; que rebose, parece decir la autora. Si alías esa emoción con la facilidad que posee Lara Moreno para desarrollar cuentos en los que los bebés tienen presencia casi protagonista —presencia inane, no maligna—, nos encontramos con el maravilloso “Los lugares de donde vinieron”, en el que la protagonista, tras las llamadas de su madre que no responde porque está en una consulta médica, desborda y corre a su casa a punto de llorar. También en “Salvarse o resistir”, donde la familia huye de un incendio en su lugar de veraneo.
De igual manera, aparecen niños en “Oro negro”. En él, la familia intima con unos vecinos tardohippies que los atraen, pero a los que, a la vez, rechazan porque envidian su forma de vida. Y en “Salud para criarla”, con un final estremecedor, tras un relato costumbrista en el que poco a poco el misterio se va haciendo dueño de todo.
Y no hay bebé, solo un proyecto, en “No era una rata”. A Gloria, embarazada, no le gusta el barrio al que se ha mudado con su pareja. Algo la angustia en él, que se hace carne al entrar en el vestíbulo. Su pareja, Elías, la espera en casa. Sin que pase nada, suceden cosas terribles. En una aparente calma, se están creando tempestades. Y terrible es, en mayor medida, «Un nuevo día». Luisa se va a pasear a la playa antes de desayunar. Han ido al pueblo de Antonio, su pareja, a presentar a la bisnieta. A Luisa le crece una angustia infernal. Ni siquiera deja que Antonio la toque.
Hay soledades como la de la protagonista de “Nunca se acaba la noche”, con hilos de relato de terror por la atmósfera desasosegante de una Melilla que la atrae y la repele al mismo tiempo, una ciudad abrumada también por la soledad y casi humana. También soledades en compañía, como la de “Historia de amor preferida”, un amor que se recorría veintitrés kilómetros de ida y otros tantos de vuelta solo para verla a ella. Tiempo después se reencuentran, las amigas Raquel y Loren ven a Jason, cuya historia de amor preferida es la de Jane y Paul Bowles, en una fiesta. Loren tiene una historia mejor.
El relato que cierra el conjunto, “No será para tanto” establece una nueva dimensión de personajes desolados, con ese vecino de Luisa que adopta un perro que no deja de ladrar cuando no está él. Tiempo después, le propone a su vecina que tomar un café, lejos, en otro pueblo. La soledad, el hastío, la incomunicación derivan el relato hacia un dolor verdadero que llega al lector.
Son quince relatos, siete inéditos, llenos de sugerencias y elipsis, de inquietudes que no se muestran sino en lo callado. Hay más peso y solidez en lo que no se dice que en lo que se dice. Siempre llevados por las voces de mujeres de mediana edad que le dan unidad temática al conjunto, con heridas abiertas, o a las que poco les falta para abrirse otra vez, y que son muchas veces testimonio de las dificultades que tienen las parejas jóvenes a las que les cuesta estabilizar su situación, y ello les lleva a una angustia que los traspasa y que proyectan a otras circunstancias de su vida. Lo social se transforma en personal y cotidiano. Y esto, quizá, es lo más triste de este libro.
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Anterior crítica de libros: Han de caer del todo, de Julián Hernández.

