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Diez canciones para recordar a Jorge Ilegal, última lección de arrogancia

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«Con la muerte de Jorge Martínez se apaga el último faro de una estirpe que entendía el rock no como una pose, sino como una milicia»

 

Con motivo del fallecimiento de Jorge Martínez ayer martes, 9 de diciembre, Sendoa Bilbao recorre algunas de sus canciones más emblemáticas. Esas que nos han acompañado y nos acompañarán siempre.

 

Texto: SENDOA BILBAO.
Foto: JAVIER ROSA.

 

Hoy el norte está más frío y el silencio pesa como una losa de granito. Jorge Martínez ha muerto y, con él, se apaga el último faro de una estirpe que entendía el rock no como una pose, sino como una milicia. Nos deja huérfanos en un escenario que, sin su figura alargada y su mirada desafiante, parece de repente un decorado de cartón piedra. Se ha ido el “Ile”al», el bocazas genial, el guitarrista que convertía la agresividad en una de las Bellas Artes.

Pero no vamos a llorar como plañideras, porque sé que él nos miraría con desdén y soltaría alguna frase lapidaria para mandarnos a casa. Prefiero quedarme con el ruido y la furia. Prefiero recordar el placer de ver el mundo del revés, después de saborear la sangre y el grijo, esa lucidez de plomo tras una noche de discusiones infinitas con él, desmontando el mundo entre licores y recuerdos de otros transgresores.

Fue precisamente a principios de abril, para intentar radiografiar de forma correcta el alma de las canciones de su último disco, Joven y arrogante, cuando me sumergí de forma obsesiva en toda su discografía, escritos y entrevistas. De alguna manera me quedé colgado y escuché en repeat la canción “Luminoso viento nocturno”, que parecía cantarme al oído una estampa tan melancólica como familiar: «Vivo en la casa marchita / Que hay en lo alto de la colina / La de fuente de aguas furiosas / Y un jardín que nunca fue / Hay un perro que gruñe con los ojos / No importa; es amigo / Hay una sombra que me sigue / Y que conozco bien». Hoy parece que esa sombra corrió más rápido de lo esperado, pero estamos seguros de que Jorge blandió su palo de hockey hasta el último de sus alientos.

Guardo como un tesoro —ahora más que nunca— las palabras que me dedicó tras leer mi reseña de aquel último asalto sonoro. Con esa solemnidad casi académica que gastaba cuando dejaba de lado al personaje para hablar de igual a igual, me dijo: «Lo has entendido y lo expresas con nitidez, perfecta sintaxis y precisión en los calificativos. Alto nivel». Yo me quedo con eso. Me quedo con la aprobación del maestro exigente, con la certeza de haber conectado, aunque fuera por un instante, con la mente más preclara y salvaje de nuestra música.
Este decálogo es parte de su testamento. Son diez disparos al aire en su honor. Diez pruebas irrefutables de que, aunque el hombre haya caído, la leyenda del “Joven y arrogante” permanecerá intacta mientras alguien siga dispuesto a molestar.

1. “Tiempos nuevos, tiempos salvajes” (Ilegales, 1982)
El pistoletazo de salida que hoy suena a réquiem rabioso. Más que una canción fue, y es, una profecía autocumplida. Mientras el resto de la Movida se maquillaba para la foto, Jorge desenfundaba este rock and roll espasmódico y urgente. La guitarra suena como una sirena de policía en una redada y la letra es un informe forense de una generación que cambiaba los libros por las armas. Es el kilómetro cero de su actitud: levántate y pelea, porque nadie va a venir a salvarte.

2. “Problema sexual” (Ilegales, 1982)
La genialidad de Jorge radicaba en convertir lo sórdido en himno. Con un ritmo que mezcla el rhythm and blues más primitivo con la aceleración punk, Ilegales facturaron un tema políticamente incorrecto antes de que existiera el término. Es sucio, es directo y tiene ese humor negro que solo poseen los que han pisado muchos bares de mala muerte. La prueba de que la elegancia también puede llevar botas con puntera de acero.

3. “Enamorados de Varsovia” (Todos están muertos, 1984)
Aquí es donde el macarra nos demostró tener el corazón lleno de cristales rotos. Bajo la bruma de los sintetizadores y una atmósfera de cold wave heladora, Jorge firmó una de las baladas más desoladoras y bellas del rock español. Es una estampa añil, un vals para suicidas románticos que hoy cobra un sentido nuevo y doloroso, recordándonos que la belleza más pura nace entre las ruinas.

4. “Hacer mucho ruido” (Todos están muertos, 1984)
Si hay una declaración de intenciones en su carrera, es esta, y hoy la cumpliremos a rajatabla. Olviden las metáforas: esto es una orden. Con una estructura marcial y una guitarra que corta el aire, la banda reivindica el ruido no como molestia, sino como prueba de vida. Es el sonido de la disidencia, el grito necesario para que no nos engulla el silencio de su ausencia. Un tema para escuchar con el volumen al once hasta que revienten los altavoces.

5. “Eres una puta” (Agotados de esperar el fin, 1984)
Solo Jorge podría titular así una canción y que suene a literatura pulp de alta calidad. Lejos de la ofensa gratuita, es una crónica de los bajos fondos, un retrato de personajes marginales dibujado con trazo grueso y expresionista. Musicalmente es un cañonazo de ska acelerado y mala uva, una de esas canciones sucias vestidas con elegantes abrigos que te obligan a mirar donde nadie quiere mirar.

6. “Ángel exterminador” (Chicos pálidos para la máquina, 1988)
La evolución del sonido de un visionario. Jorge se alejó del punk de tres acordes para adentrarse en terrenos más psicodélicos y complejos, sin perder un gramo de fiereza. La guitarra aquí es líquida, ácida, evocando guerras en la jungla y paranoias inducidas. Es el Ilegales capaz de pintar paisajes sonoros dignos de Apocalypse now en menos de cuatro minutos. Hoy, el ángel se lo ha llevado, pero nos deja la máquina.

7. “Me gusta cómo hueles” (Chicos pálidos para la máquina, 1988)
El deseo animal hecho canción. No hay romanticismo de tarjeta postal, sino feromonas, sudor y obsesión. Con un riff hipnótico y una línea de bajo que te agarra del cuello, Jorge exploró la atracción física desde su vertiente más primitiva. Es una oda a la química incontrolable, interpretada con esa voz de barítono que parecía venir de vuelta de todos los pecados capitales.

8. “El demonio” (El corazón es un animal extraño, 1995)
A mediados de la década de los noventa, cuando muchos daban el rock por amortizado, Ilegales soltó esta bestia. Es un tema denso, pesado, casi stoner, donde Jorge dialogaba con sus propios fantasmas. La madurez le sentó bien a su sonido, volviéndolo más rocoso y oscuro. Aquí ya no era el joven airado, era el superviviente que se sentaba a beber con el diablo y le aguantaba la mirada. Hoy brindan juntos.

9. “Motín en la prisión” (Si la muerte me mira de frente, me pongo de lado, 2003)
Si hay algo que Jorge despreció fue la corrección y el orden. Esta canción es un grito de guerra carcelario, un alarido de furia contra las rejas y los que las custodian. El riff es eléctrico y urgente, destila la testosterona macarra que siempre fue la seña de identidad de la banda, pero con el aplomo de quien ya sabe de qué pie cojea el sistema. Es la banda sonora perfecta para una revuelta en el patio, el manual de instrucciones para no pudrirse esperando el fin.

10. “Tantas veces me he jugado el corazón” ( , 2022)
Rescato esta joya de un tiempo más cercano porque me suena a despedida anticipada. Es un rock and roll que desata las costuras, una confesión a pecho descubierto. Jorge canta con la autoridad de quien tiene el cuerpo lleno de cicatrices, pero el alma intacta. Una canción para los locos que hemos sido y, sobre todo, para él, que se jugó el corazón tantas veces hasta que, finalmente, decidió detenerse. Buen viaje, Ilegal.