COWBOY DE CIUDAD

«Este homenaje no es solo de amigo a amigo, sino de obrero a obrero del country»
Sobre el disco que Willie Nelson ha publicado recientemente rindiendo tributo a Merle Haggard, y la relación que les unía, ahonda Javier Márquez Sánchez.
Texto: JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.
Willie Nelson siempre ha tenido una manera muy suya de rendir homenaje: no se limita a versionar canciones, se muda a vivir dentro de ellas. En Workin’ man: Willie sings Merle, publicado el 7 de noviembre, ese gesto adquiere un peso especial. No es solo un tributo a un compositor admirado; es la carta larga y tranquila que un amigo escribe a otro que ya no está para contestar.
El contexto importa: hablamos del 78º disco de estudio en solitario de Willie y del 155º de su carrera, un artista que a los 92 años decide dedicar un álbum entero a las canciones de Merle Haggard, el “poeta del hombre común”. No es un capricho tardío, sino el último capítulo de una historia conjunta que empezó en los años sesenta, cuando se conocieron y se reconocieron como dos forajidos afines dentro del country más conservador. Haggard lo decía con una naturalidad desarmante: «Quiero a Willie y creo que Willie me quiere a mí».
Una amistad escrita en vinilo
Willie y Merle no fueron solo colegas que coincidían en festivales; compartieron décadas de fraternidad y carretera. A lo largo de treinta años grabaron varios discos a dúo que ya son parte del canon:
Pancho & Lefty (1983), con su lectura definitiva del tema homónimo de Townes Van Zandt, que los convirtió en pareja de hecho a ojos del público.
Seashores of old Mexico (1987), más íntimo, casi susurrado, donde sus voces se trenzan como si estuvieran cantándose al oído en la cocina de una casa alquilada.
Last of the breed (2007), junto a Ray Price, un tríptico de leyendas en el que se miran en el espejo del western swing y los standards como viejos compinches que todavía tienen algo que demostrar.
Y, finalmente, Django and Jimmie (2015), el último disco de estudio de Haggard, grabado poco antes de su muerte en 2016, donde celebran juntos a Django Reinhardt y Jimmie Rodgers y, de paso, su propio linaje como forajidos del género.
En entrevistas de aquellos años, se notaba que había algo más que admiración profesional. Merle hablaba de Willie como de un rebelde nato, alguien que «siempre hizo las cosas a su manera», con una mezcla de respeto y camaradería. Willie, por su parte, definía a Merle como uno de sus mejores amigos, un tipo con el que jugaba al póker, fumaba, reía y compartía escenario como quien comparte patio trasero. Todo eso está en el ADN de Workin’ man, aunque no se mencione explícitamente en las letras. El disco funciona como un mapa sentimental de esa amistad.
Willie en el territorio de Merle
La premisa es sencilla: once canciones escritas por Haggard, escogidas personalmente por Willie, que recorre así varias etapas de la carrera de su amigo. Del primer número uno de Merle, Swinging doors (1966), con himnos como “Swinging doors” y “Tonight the bottle let me down”, pasando por clásicos definitorios de finales de los sesenta como “Mama tried” u “Okie from Muskogee”, hasta llegar a piezas de los setenta y ochenta como el entrañable “If we make it through december”, “Ramblin’ fever” o el honky tonk “I think I’ll just stay here and drink”.
Grabado en los estudios Pedernales de Willie, en Texas, con producción compartida entre él mismo y su inseparable Mickey Raphael, el disco conserva el espíritu de las mejores sesiones de los dos amigos: todo suena en tiempo real, con la banda respirando al mismo compás que la voz. Apenas se recorta la charla entre tomas, se oyen pequeñas risas, un comentario suelto… como en aquellas grabaciones de Pancho & Lefty en las que uno sentía que estaba escuchando a dos colegas más que a dos leyendas.
Hay, además, un matiz especialmente emotivo: estas sesiones recogen las últimas grabaciones en estudio de Bobbie Nelson (piano) y Paul English (batería), miembros fundacionales de la Family Band de Willie, fallecidos en 2022 y 2020. De algún modo, Willie junta aquí a su “familia” de sangre musical con la de Merle: los suyos tocando las canciones del otro gran amigo que ya no está. La amistad se vuelve, literalmente, sonido.
Duetos fantasma en cada frase
Aunque en Workin’ man solo se escucha la voz de Willie, el oído entrenado percibe una especie de “dueto fantasma” con Haggard. Cualquier fan tiene en la memoria las versiones originales de Merle, y muchas otras en las que ambos cantaron juntos estas mismas canciones en directo. Basta recordar “Pancho and Lefty” en las giras de Last of the breed, o cómo se repartían versos en “It’s all going to pot” o “Django and Jimmie” en su último disco conjunto.
Aquí, Willie juega con esa memoria. En “Workin’ man blues”, que abre el álbum, se instala de lleno en el terreno del amigo: un himno obrero que en Haggard sonaba a orgullo orgulloso y aquí, en boca de un nonagenario, suena a balance vital. Su fraseo, siempre algo desplazado, parece conversar con la versión original: donde Merle apretaba el ceño, Willie sonríe con ironía; donde el primero sonaba desafiante, el segundo introduce un punto de sabiduría cansada. Es como si uno escuchara a dos generaciones del mismo personaje, joven y viejo, compartiendo el mismo monólogo.
En “Silver wings”, uno de los momentos más emotivos, se produce algo parecido. Las inflexiones de Willie recuerdan inevitablemente a sus viejos dúos románticos con Merle, esas baladas en las que sus timbres se envolvían como humo. Aunque aquí cante solo, el espacio que deja en ciertos finales de frase parece reservado para una segunda voz que ya no va a llegar. Esa ausencia se oye, y es parte esencial de la fuerza del disco.
Un diálogo con los viejos discos a dúo
Escuchar Workin’ man de un tirón invita a volver atrás y poner Pancho & Lefty o Django and Jimmie. La comparación no es un juego de eruditos, sino una manera de comprobar hasta qué punto Willie está hablando aquí con la memoria de su amigo.
En el álbum de 1983, los dos cantaban como cómplices recién estrenados, encantados de la química que habían descubierto. Pancho y Lefty sonaban a dos vaqueros veteranos contando la historia de otros dos vaqueros todavía más malditos. En Django and Jimmie, en cambio, la atmósfera es de celebración consciente: saben que son «los últimos de la raza», como diría el título de aquel otro disco, y se dedican canciones unos a otros (“Live this long”, “Missing ol’ Johnny Cash”) como quien firma fotos para la posteridad.
Workin’ man recoge todo eso y lo condensa en una sola voz. Cuando Willie canta “If we make it through december”, no solo está interpretando un clásico de Haggard sobre la precariedad y la esperanza; está retomando, a solas, ese tono conversado que tenían sus mejores dúos. Podríamos imaginarle en el estudio pensando: «¿Cómo haría esto Merle? ¿Dónde entraría él, dónde me dejaría espacio?». El resultado es casi un ejercicio de ventriloquía emocional.
Hermanos de oficio
Una de las cosas que más une a Nelson y Haggard es la lealtad al trabajador anónimo, al currante que sostiene el país sin salir jamás en los titulares. Haggard lo convirtió en su gran tema desde “Mama tried” o “Workin’ man blues”; Willie, desde otro ángulo, lo abrazó en canciones como “On the road again” o “Blue eyes crying in the rain”, retratando al músico como un tipo más de la clase trabajadora.
Por eso, este homenaje no es solo de amigo a amigo, sino de obrero a obrero del country. En canciones como “Okie from Muskogee”, Willie aligera ligeramente el tono marcial de la original y se permite una lectura más juguetona, consciente de la polémica histórica del tema, pero manteniendo el cariño intacto hacia el punto de vista de Merle. En “I think I’ll just stay here and drink”, suena como el viejo compañero de bar que se ha ganado el derecho a repetir el estribillo sin dar explicaciones.
Y después está “Ramblin’ fever”, donde se siente el eco de tantas noches compartidas en autobuses y camerinos. El concepto de “fiebre de vagabundo” les encaja a ambos: dos tipos que hicieron de la carretera su domicilio permanente, que se reconocían en el cansancio y la euforia del tour perpetuo. Cuando Willie la canta ahora, es difícil no escucharla como un autorretrato doble.
Un adiós que suena a conversación inacabada
Al final, Workin’ man: Willie sings Merle no busca reinventar nada. No lo necesita. Su fuerza está en otra parte. En la serenidad con la que un amigo se sienta, a los 92 años, a repasar el cancionero del otro, a decirle “mira, hermano, tus canciones siguen vivas en mi garganta”.
Piensas en aquella frase de Haggard, cuando decía que Willie había sido siempre un rebelde que hacía las cosas a su manera, y te das cuenta de que este disco es justamente eso: la manera de Willie de acompañar a Merle incluso después de su muerte. No hay llanto explícito, no hay elegías solemnes; hay country de barra, carretera y escenario, tocado con una banda que también se despide, y una voz que ha compartido suficiente vida como para convertir once versiones en algo parecido a una conversación inacabada entre dos viejos amigos.
Cuando se apaga la última nota, uno tiene la sensación de que, en algún lugar, Merle sonríe, se ajusta el sombrero y le dice a Willie lo que probablemente se dijeron tantas veces fuera de micrófono: «Buen trabajo, socio».
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Anterior entrega de Cowboy de Ciudad: Cabalgando entre viñetas.

