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Una hora y media con Antonio Flores

EL RITMO DE LA SEMANA

«Flores para Antonio es todo un acto de valentía y de superación por parte de Alba. Un acto de generosidad por parte de la familia, un acto de justicia por parte de los amigos y un acto de reivindicación de los compañeros de profesión»

 

Tras el estreno en cines de la película documental que recuerda a Antonio Flores, Sara Morales reflexiona sobre la cara artística y personal del músico y del hombre. Del hijo, el hermano, el amigo y el padre.

 

Una sección de SARA MORALES.

 

Solo ella podía romper el silencio. Alba. La niña «tan morena y tan gitana» a la que todos hemos cantado alguna vez. La niña que perdió a su padre sin entender y decidió crecer callando y sin preguntar. Una pequeña que cantaba y dejó de hacerlo para tomar la distancia perfecta de lo que se esperaba de ella, dándole esquinazo a la exigencia de una familia, de todo un país. Apostando por el arte, cómo no, con esa herencia imbatible que corre por sus venas y asoma en su mirada negra…; pero por un arte suyo, tomando un camino contiguo, no el mismo, levantando una identidad propia, con lo que cuesta.

Y lo ha logrado. Convertida ya en mujer y actriz —tan sensible como cruda, tan despierta como reflexiva, tan tierna como canalla— se mantiene, en esas sigue. Pero ahora, justo ahora, es cuando se ha visto capaz de volver sobre sus pasos, de regresar a su infancia, de remontarse a aquel 1995 tan oscuro en el clan de clanes para reconstruir la figura de ese padre que le faltó demasiado pronto y de ese músico que aún seguimos añorando.

Flores para Antonio es todo un acto de valentía y de superación por parte de Alba. Un acto de generosidad por parte de la familia: maravillosas, honestas y sensibles en sus intervenciones Lolita, Rosario, Ana Villa (madre de Alba y mujer de Antonio) y Elena Furiase (hija de Lolita y prima de Alba). Un acto de justicia por parte de los amigos: brillantes y divertidos Marianne Nilsen, Antonio Carmona, Mariola Orellana, Tato Icasto… Un acto de reivindicación por parte de los compañeros de profesión con ese acertadísimo Ariel Rot en cada palabra, ese anecdótico y sonriente Sabina, la dulzura de Silvia Pérez Cruz

Porque Antonio ya es mucho solo al recordarlo. Pero, ahora, al verlo, al volver a tenerlo cerca y revivirlo, uno se da cuenta de que fue y es mucho más: Antonio fue la raíz, fue tradición y fue vanguardia. Fue el gitano que apostó por el rock y amaba a Jimi Hendrix, partiendo en dos el canon de raza. Fue bohemio y callejero. Fue asfalto y corazón. Fue guitarrista, compositor, músico y poeta. Fue enclave de los noventa. Y algo hippy, además. También fue la rumba, el flamenco y aquel maullido que creó para su hermana pequeña. Fue abril y fue ese mar que no se puede concebir desde Madrid. Es el padre, el hijo, el hermano y el amigo imborrable.

El documental, que combina metraje de archivo, vídeos caseros, fotografías y conciertos, además de todas las entrevistas personales, honra su memoria y su legado musical de un modo digno, sencillo, ágil y entrañable. Muy entrañable. Y la ausencia y el vacío, que ahí seguirán, por lo menos ya cuentan con palabras y recuerdos compartidos con los que apaciguar ese dolor que había impuesto, por respeto y por amor, el silencio atroz de estas décadas.

Siete vidas tiene un gato y él, felino, salvaje y veraz, no sabía que es ahora cuando está viviendo esa última que cantaba. Y a nuestro lado, que es lo mejor. Porque aquí seguimos. Aquí sigue.

Anterior entrega de “El ritmo de la semana”: Los hilos invisibles que unen a Tolstoi y Nick Drake.