COWBOY DE CIUDAD

«Se ha convertido en una de las voces definitorias del country del siglo XXI»
En las profundidades del nuevo disco de Colter Wall, publicado este mes de noviembre, se zambulle esta vez Javier Márquez Sánchez. Todo un tratado de country, western swing y honky tonk.
Texto: JAVIER MÁRQUEZ SÁNCHEZ.
Colter Wall siempre ha cantado como si viniera de otro tiempo. Pero en Memories and empties, su quinto disco de estudio, publicado el pasado 14 de noviembre, esa sensación de anacronismo se vuelve casi fantasmal: su voz ya no solo evoca el pasado, sino que parece arrastrarlo físicamente hasta el presente, como si cada canción fuese una habitación donde la memoria y el vacío se sientan juntos a la mesa.
Grabado en directo en el histórico RCA Studio A de Nashville, junto a su banda de carretera de los últimos años, el álbum dura apenas 33 minutos y se articula en diez canciones que transitan entre el country más clásico, guiños de western swing y un honky tonk de bar pequeño, con las luces bajas y el suelo pegajoso. Todo está construido para que la voz de Wall quede en el centro del cuadro: ese barítono oscuro, terroso, que no parece salir de un hombre de treinta años, sino de un viejo cowboy que ha pasado demasiadas noches conversando con la resaca.
Una voz que ya cuenta la historia antes de empezar la letra
El disco se abre con “1800 miles”, un tema que parece escrito para explicar por qué Colter Wall se ha convertido en una de las voces definitorias del country del siglo XXI. Antes incluso de que uno preste atención a la letra —esa distancia que mide millas, pero también decisiones y renuncias—, la voz ya ha levantado el paisaje: camionetas en carreteras interminables, letreros de neón medio fundidos y bares junto a la autopista en los que cualquiera puede sentarse a olvidar su vida por unas horas.
Wall no se limita a “cantar” el texto, lo habita. Arrastra algunas sílabas, muerde otras, se permite silencios breves donde la respiración se cuela como parte de la percusión. Grabado en directo, sin demasiada cosmética de estudio, el timbre tiene algo de rugoso, de madera vieja, que hace que cada frase parezca un recuerdo dicho en voz alta más que una interpretación al uso.
En “My present just gets past me”, esa cualidad evocadora se vuelve casi cruel. El título ya contiene un pequeño chiste amargo —el presente que se le escapa entre los dedos—, pero es la forma de pronunciarlo lo que lo convierte en una pequeña tragedia cotidiana. Wall baja ligeramente el registro, apoya la voz en el pedal steel y en el piano, y canta como quien repasa mentalmente todas las veces que ha dejado pasar algo importante. No hace falta que explique de qué se arrepiente: su tono ya llena los huecos.
Un bar de pueblo como teatro de la memoria
Buena parte de Memories and empties está construida sobre canciones de bebida y pequeñas historias de clase trabajadora, como si el disco fuese una noche completa en un bar de pueblo, con su desfile de parroquianos, derrotas íntimas y chispazos de humor. La propia producción refuerza esa idea: los arreglos de pedal steel, piano y fiddle suenan cercanos, “en la sala”, más pendientes de la calidez que de la pulcritud. Uno escucha y casi puede oír el rumor de vasos al fondo.
En “It’s getting so (That a man can’t go into town…)”, cuyo título ya parece sacado de un monólogo de barra, Wall explota al máximo esa capacidad para convertir lo concreto en universal. Habla de algo tan sencillo como la dificultad de ir al pueblo «solo a tomarse una cerveza» sin que la realidad se complique, pero lo canta con una mezcla de ironía cansada y ternura que hace reconocible el gesto: cualquiera que haya intentado buscar refugio en un bar sabe que, a veces, la noche no sale como uno imaginaba. Su voz oscila entre la queja y la sonrisa, creando una zona gris donde el oyente completa la escena.
Otro ejemplo es “Living by the hour”, que suena a diario íntimo de alguien que ha renunciado a grandes planes y se conforma con ir salvando el día. Allí la voz se vuelve más contenida, casi resignada, como si Wall se limitara a constatar una realidad que ya no tiene fuerzas para discutir. El fraseo, sin embargo, está lleno de pequeños acentos: una palabra subrayada aquí, una pausa incómoda allá. Es en esos detalles donde aflora toda la emoción.https://www.youtube.com/watch?v=igwRkd5uJ7k&list=RDigwRkd5uJ7k&start_radio=1
Entre rancheras fantasma y ecos de honky tonk
Aunque el corazón del disco está en el country más sobrio, asoman sombras de western swing y honky tonk que le dan movimiento al conjunto. “4/4 time” juega precisamente con esa idea: un compás sencillo, clásico, que ha sostenido miles de canciones de bar. La banda se balancea con elegancia, el piano dibuja pequeñas florituras y la pedal steel se desliza como humo de cigarrillo en una sala cerrada. Sobre todo ello, la voz de Wall actúa como un ancla: por muy animado que sea el ritmo, hay siempre un peso melancólico que tira hacia abajo, recordando que incluso los bailes más alegres suelen esconder una espina.
El tema que da título al álbum, “Memories and empties”, funciona casi como una poética. “Memorias y botellas vacías”: lo que queda cuando se apagan las luces, cuando la última ronda ya se ha ido al fregadero y solo permanece el eco de las conversaciones. Lo interesante es que Wall no se limita a cantar la resaca literal; su voz sugiere otro tipo de vacío, más existencial. Hay algo en la manera en que se quiebra en las notas largas, en cómo roza el falsete sin llegar a entrar en él, que transmite la sensación de alguien que mira su propia vida como quien mira un local vacío al final de la noche.
Diálogo con los fantasmas del género
En el tramo final del disco aparece “Summer wages”, el clásico de Ian Tyson que ha sido versionado por decenas de artistas desde los años sesenta. No es una elección casual: Tyson fue uno de los grandes cronistas de cowboys y trabajadores que apostaron su juventud a una carta que casi nunca salía bien. Al apropiarse de la canción, Wall no solo rinde homenaje a una tradición, sino que demuestra hasta qué punto su voz está hecha para ese tipo de relatos.
En su versión, “Summer wages” suena menos a nostalgia dulzona y más a inventario frío de pérdidas. La banda lo acompaña con discreción, dejando que sea el timbre quien cargue con el peso emotivo. Cada vez que pronuncia la palabra wages se escucha no solo el sueldo de temporada, sino todo lo que se ha evaporado con los veranos: amistades, amores, oportunidades. De nuevo, la voz hace el trabajo que en otros cantantes tendría que hacer una orquesta.
Adelante, sin abandonar el camino
Los críticos han señalado que, desde el primer compás de “1800 miles”, se percibe algo diferente: el barítono de Wall suena más lleno, más intenso, y la banda parece empujarlo con una energía renovada. No es un giro estilístico radical —quien busque experimentos encontrará aquí el mismo respeto por la tradición que en Little songs—, pero sí hay una sensación de confianza: como si el cantante canadiense hubiera asumido plenamente su lugar en la genealogía del country y se permitiera, por fin, subir medio punto el volumen emocional.
Escuchado de principio a fin, Memories and empties funciona como una pequeña película sobre una noche larga: entrada al bar, primeras copas, confesiones, algún conato de baile, un momento de silencio incómodo y, al final, las últimas luces apagándose mientras alguien barre el suelo. Lo que lo convierte en algo más que un simple homenaje al pasado es la forma en que la voz de Colter Wall atraviesa todo ese recorrido. No hay impostura ni guiño vintage: cuando canta, uno tiene la impresión de que esas historias le pesan de verdad en la garganta.
Quizá por eso, al terminar el disco, queda la tentación de volver al principio inmediatamente. No tanto para cazar un detalle instrumental que se nos haya escapado, sino para regresar a ese timbre grave y áspero que parece contener, al mismo tiempo, la dureza del trabajo físico, la soledad de las carreteras vacías y la ternura de alguien que, pese a todo, sigue creyendo que una buena canción puede sostenernos una noche más.
En tiempos de producciones impolutas y voces pulidas hasta perder cualquier rasgo humano, Colter Wall se reafirma aquí como lo contrario: un cantante cuya mayor virtud es precisamente esa capacidad evocadora que hace que, al escucharlo, uno ya esté viendo, oliendo y casi tocando el mundo del que habla.
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Anterior entrega de Cowboy de Ciudad: Luke Bell, el amargo recuerdo de una dulce voz.

