
«El problema real es que U2 se han convertido en una banda que predica al público, generando la duda sobre si expone o adoctrina»
Juanjo Ordás conmemora el 25º aniversario de All that you can’t leave behind, el álbum con el que U2 se reformularon para dejar atrás los noventa. No se trató de un regreso, sino de un replanteamiento, pese a que el relato imperante fue el que fue.
Texto: JUANJO ORDÁS.
La historia cuenta que, después de saciar su voraz apetito, U2 cayeron al suelo cual titán adormilado, soñando canciones que fueron pesadillas a oídos de los pueblos. No obstante, aunque noqueados y bañados en su propia regurgitación, se recondujeron, acicalaron y alzaron con la humildad como muleta ante multitudes que celebraron la gesta como una propia del ave Fénix. Traducido: Tras Achtung baby y Zooropa, U2 sacaron un Pop (1997) que no caló y, tras una gira indiferente, adoptaron un formato sonoro digerible para All that you can’t leave behind bien acogido por las multitudes.
Pero, a veces, una reevaluación del pasado trae consigo sorpresas y, no vamos a negarlo, siempre es excitante contradecir el relato oficial. Pop es un trabajo absolutamente reivindicable, su correspondiente tour funcionó bastante bien y el subsiguiente All that you can’t leave behind distó de ser un trabajo perfecto que, a veinticinco años de su edición, sigue sin serlo.
El objetivo de Pop era sonar actual en 1997, pero resulta que en 2025 sigue sonando fresco. Su electrónica aún es vigente —la barbarie jungle de “Mofo” y el infeccioso ritmo de “Miami”—, su visión del rock excitante —los crudos guitarrazos de “The last night on earth” y los míticos riffs de “Discotheque”— e incluso virando hacia un punto de vista puramente emocional, la desolación que invadía buena parte de sus canciones se conserva intacta, tal vez porque líricamente mamaron tuétano.
Admitamos que U2 fueron un poco chapuzas. Debieron haber preparado mejor para el directo “Staring at the sun” —single clave— y “Do you feel loved” —inspirado puente entre la época anterior y esta— y, quizá, deberían haber desestimado canciones que desvirtuaban el ácido —aunque no necesariamente crítico— concepto de la gira. No obstante, el tour gozó de un setlist que no se dejó nada en el plato (“With or without you”, “One”, “Pride (In the name of love)”), “New year’s day” y sirvió bastante material nuevo sobre una puesta en escena descomunal, la propia de esos estadios que a veces llenaban y a veces no, aunque financieramente el saldo fue exitoso.
El mundo nunca vio a unos U2 agotados, sino inventivos, tanto en estudio como en directo, con Pop siendo la conclusión de la evolución (revolución) iniciada con Achuntg baby —aunque quizá no el capítulo final que a todos nos hubiera gustado— que incluso se permitió un postre: colocaron la sensacional “Hold me, thrill me, kiss me, kill me” en la banda sonora de Batman forever, prometedoramente producida por Nellee Hooper (Madonna, Bjork).
El golpe de timón de All that you can’t leave behind vino previo aviso con la edición del recopilatorio The best of 1980 – 1990 que, al centrarse en los años de su título, sonaba a intento de redirigir la atención del público hacia los años clásicos, sin pretender borrar todo lo que ocurrió a partir de 1991, pero sí indicando dónde iba a ser el ahora. En realidad, la banda nunca fue artísticamente humilde, siempre estuvo hambrienta de mercados (sudando para comérselos) y en perpetua construcción de sonidos gigantescos cual catedrales, pero la sensación previa al lanzamiento de All that you can’t leave behind que parecía flotar en el ambiente era que, durante la última década, U2 habían dejado de ser sinceros, que Achtung baby, Zooropa y Pop habían sido productos de un delirio egocéntrico, de una locura melómana. Por supuesto que eso no había sido así, se podría escribir un artículo en torno a lo humano y mundano de esos tres discos, pero el punto de partida del nuevo disco iba a ser ese.https://www.youtube.com/watch?v=gwKEdFoUB0o&list=RDgwKEdFoUB0o&start_radio=1
Cuando U2 mandan All that you can’t leave behind a las tiendas, nos encontramos con que la electrónica ha perdido peso y las canciones vuelven a vivir en el presente en lugar de en el futuro. Es un disco épico, pero el grupo parece cambiar la conversación con sus oyentes, pidiendo, cual hijos pródigos, ser aceptados de nuevo tras un largo romance con una superficialidad existencial que nunca fue más que un pretexto para parir aquella excelsa trilogía de ideas subversivas, ahora una locura de juventud. Podríamos decir, haciendo una interpretación, que U2 no tienen ya ningún interés en sacudir al mundo con ideas y conceptos revoltosos, sino en formar parte del mobiliario diario de sus fans, como cuando alcanzaron su cima ochentera con una propuesta para todos los públicos.
En All that you can’t leave behind encontramos todo lo que el fan medio de U2 va a pedir: arpegios limpios de The Edge, grandiosidad en Bono y buenas canciones. Y, de propina, un compromiso político que la banda ha ido añadiendo a su corpus año tras año y que amenaza con hacerse cada vez más contradictorio. Al terrorismo irlandés, Martin Luther King, las dictaduras latinoamericanas, África, la energía nuclear y Sarajevo, se les une la sobreexposición mediática de Bono como cara visible de la campaña Jubileo 2000, con la que ha pedido la condonación de la deuda de los países tercermundistas llevándole a alturas impensables y llegando a tener audiencia con el Papa. Más allá de la autenticidad o la hipocresía, el problema real es que U2 se han convertido en una banda que predica al público, generando la duda sobre si expone o adoctrina, lo que en cualquier caso resulta antitético respecto a lo que el rock and roll debe ser.
All that you can’t leave behind sigue sumando ideas a su causa, en este caso con “Walk on”, fabricada para sonar a los U2 más clásicos e inspirada en la activista política Aung San Suu Kyi (que décadas después acabaría embadurnada en el lodo político de Myanmar) y “Peace on earth”, legítima plegaria inspirada en un funesto atentado terrorista, pero también un nuevo eslabón de una cadena ya tópica (“Sunday bloody Sunday”, “Love is blindness”, “Please”, …). Loable, por supuesto, pero también un cliché en manos de la banda.
Antes de entrar en las fortalezas del disco —que las tiene, y muchas—, para finalizar la purga de las debilidades conviene hacer parada en “Wild honey”, canción hermosa y tontorrona, que ni resta ni suma. Su pop soul encaja con ciertos ejes del disco y en el estribillo The Edge se muestra elegante sin recurrir a efectos, pero es tan prescindible como “Walk on” y “Peace on earth”. Teniendo en cuenta que hubo bastantes canciones que quedaron fuera del disco, cabe preguntarse si la selección de las que sí entraron fue la mejor posible.
Centrándonos en las canciones realmente sólidas, por lógica y por aciertos, podemos dividir All that you can’t leave behind en tres bloques: rock (“Beautiful day”, “Elevation”), pop (Kite”, “When I look at the world”, “New York”) y soul (“Stuck in a moment you can’t get out of”, “In a little while”, “Grace”), todas con sus matices, pero a grosso modo segregables.
“Beautiful day” fue un clásico desde el mismo día en que salió como single de avanzadilla. Iniciada con unos beats electrónicos a lo Kraftwerk y, líricamente cimentada en el milagro de lo cotidiano, sumaba puntos con un estribillo doble —ni más ni menos— proferido por un Bono sabio a la hora de usar la textura de su voz en lugar del grito limpio.
Más obvia era “Elevation” —de efectiva fórmula hiperexplotada (quiet-loud-quiet)—, aunque “Kite” sí escapaba de la previsibilidad, dulce balada con un mensaje generacional tan crudo como verdadero: «Quiero que sepas / que ya no me necesitas más», y momento álgido del disco. “When I look at the world” poseía una cualidad cinematográfica interesante, con discreción, a la caza de la empatía del oyente, mientras que la excitante “New York” resucitaba esa faceta afterpunk abandonada desde su álbum debut, disponiendo una escenografía oscura sobre la que planea un misterioso demiurgo urbano.
Pero son las trazas soul las que hacen de All that you can’t leave behind algo diferente. Durante la gira, Bono iniciaba “Stuck in a moment you can’t get out of” con unos sentidos alaridos ausentes en la versión de estudio que encajaban con la esencial coda final, tan innegociable como los campaniles arreglos del estribillo. Siendo la segunda en el tracklist tras “Beautiful day”, parte de su cometido era frenar el ritmo de un disco que se mueve entre la euforia y la contención. En este último aspecto, “In a little while” y “Grace” eran dos estrellas, resplandores nocturnos, la primera de ellas besando el suelo con resaca, la segunda elevándose espiritualmente.
All that you can’t leave behind fue un trabajo notable, desde luego. Emocionaron sin arriesgar, posiblemente el cumplido tras el que corrían, aunque en realidad no hubiera necesidad de levantar caída alguna. Durante la promoción, Bono dijo que U2 estaban volviendo a presentarse como candidatos a la banda más grande del mundo, cosa que, como comentamos, nunca habían dejado de ser. All that you can’t leave behind fue un paso más, novedoso en parte, clásico en realidad, un juego de pistas tras el cubo de Rubik que supuso la era noventera.
Comenzar la gira denominada Elevation Tour en arenas supuso un regreso a recintos más pequeños que los que habían visitado con Pop, lo cual subrayaba la idea de un supuesto retorno a los orígenes en base a la cercanía. La sencillez del escenario y la puesta en escena también apuntalaban ese mismo relato. Pero U2 debieron disfrutarlo, porque ningún show de la gira tuvo lugar en estadios y la demanda se saciaba con múltiples fechas si era preciso. El Elevation Tour termina el dos de diciembre de 2001 en Miami y el impasse hasta la siguiente gira sería largo, lo cual fue útil a la hora de dejar poso. De hecho, sus siguientes tours se realizarían a lo grande, en estadios, sin intención de buscar intimidades y con discos mediocres o difíciles de entender. Pero eso ya es otra historia.

