DISCOS
«Seguramente será uno de los discos del año, con su romanticismo rococó —en la portada y en la tipografía también— y su afán de experimentar»

J’Aime
Anachronistic d’amour
JABALINA, 2025
Texto: CÉSAR PRIETO.
Jaime Cristóbal ha hecho un disco maravilloso. Ya los había hecho con The Glitter Souls, ya los había hecho con Souvenir y también con este proyecto de J’Aime, en su único disco anterior, pero este le ha quedado sublime.
El músico pamplonés se encuentra en un momento dulce, en estado de gracia, y tanto la composición, como la interpretación, como los arreglos fluyen tan luminosos como un río al que le da el sol de la mañana. Así se ve en “(Strictly not) Thinking of you”. Inicia una guitarra, a los veinte segundos entra la voz y la batería se asienta. Uno no sabe si prestar más atención a los juegos de esa guitarra o a la melodía, que recoge toda la ensoñación folk de los sesenta y los setenta.
Son esas mismas ensoñaciones —con tanto de pasado como de conciencia de nuestro tiempo— las que guían su espléndido popcasting, repertorio de música radiada que cubre todo el abanico del pop más selecto y que son enseñanzas prístinas. “Luccky guy”, por ejemplo, iniciada por un bajo, absorbe toda la esencia de los Beach Boys y juega con los elementos más sencillos, pero a la vez les da amplitud y prestancia. Lo que en arte se llama belleza. Hay un teclado que hiere y que acompaña a la voz, que se quiebra a veces, sin sentirlo.
Hay, tratados por la personalidad de Jaime, blues y country. Blues en “Amplified heart”, título también del octavo álbum de Everything but the Girl, con el sustento de la voz de Patricia de la Fuente sobre un fondo musical que explota el bucle y unos arreglos que explotan el colorido, también algo rugosos a veces, como la voz de Jaime, en un cúmulo de sensaciones que te envuelven hasta la placidez. Country en “No world without love”, que en los Estados Unidos ya sería un estándar, una canción que entraría en cualquier lista de éxitos, tan aterciopelada, tan acariciante.
El tono general del disco es este, una lentitud de balada, como en “Every tear a flower blooms”, llena de todo el sabor de Big Star o de California, de una puesta de sol tragado por el océano, o impresionantes juegos de guitarra como en “Just makeshift care”. Y, mirando al cielo, encontramos “Vuela alto” —la única en castellano—, que empieza siendo un cuento con auto-harpa, un magnético rasgueo dedicado a los amigos que se han ido. La letra es magistral, y mira al cielo, y mira al mar, para observar la estrella a la que se dirigen. El estribillo es delicioso, y cercano, no sé por qué, a “La estrella”, de Los Auténticos, por su final casi idéntico: “solo falta un rato más”, canta Jaime. Esa misma estrella aparece en “Distant star”, en la estela de Tindersticks en “Tiny tears”, por ejemplo: un fondo denso, una voz grave y ambientes urbanos. También magnéticos.
Se apartan un tanto de esta norma dos canciones: “Sweerhearts & high ends” es pop mágico, de ese que es devoto de las atmósferas luminosas de Lemonheads o de Teenage Fanclub. Es una de las canciones de hace años que ha decidido traer al sonido presente. Por otro lado, “A cold summer” es recorrida por ese ambiente veraniego cercano al otoño, de esos veranos en los que comienzan a aparecer nubes, con un puente largo e imaginativo.
Seguramente será uno de los discos del año, con su romanticismo rococó —en la portada y en la tipografía también— y su afán de experimentar con su feliz matrimonio entre lo nuevo y lo viejo. Y esa intimidad dada a muy pocos artistas, que lo sitúa al costado de maravillas tan minoritarias como Wild Honey o Ángel Kaplan. Como si su programa de radio popcasting, destilase en su disco toda la belleza de las canciones que emite. Que no es poca.
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Anterior crítica de disco: Hangover terrace, de Ron Sexsmith.
