DISCOS
«Pocas veces se puede escuchar una grabación que llene el espacio de una sala con una presencia tan física, tan al alcance de la mano»

Jon Batiste
Big money
VERVE/ INTERSCOE / UNIVERAL, 2025
Texto: XAVIER VALIÑO.
Jon Batiste es un artista que rara vez se conforma con un solo papel. Puede pasar de ser un artista carismático en el gran escenario de la Superbowl, a un sutil pianista de jazz casi sin despeinarse, firmar bandas sonoras exitosas como la de Soul y moverse con asombrosa facilidad entre el pop, el jazz y la música clásica como director de orquesta.
En su octavo disco, el talentoso músico de 37 años ha decidido volver a las raíces norteamericanas de la música, lo que más se acerca a lo que le rodeaba mientras creció, tocando varios palos en nueve canciones en menos de treinta y tres minutos. Todo ello bajo la idea de que los blancos se apropian siempre de los ritmos negros y con el propósito de recordar —¿reivindicar?— los orígenes de estos estilos.
Así, por ejemplo, el tema titular es un blues con arpa, palmas de góspel y una interpretación que parece salir directamente de un escenario. Por algo el disco se grabó en directo en el estudio. “Do it all again” se muestra como una balada jazz delicadamente encantadora y que susurra suavemente a los oídos, mientras que en “Pinnacle” parece haber vuelto a los orígenes del rockabilly y en “Petrichor” introduce al oyente en un ambiente de fiesta, con su guitarra nasal, cepillos en la batería y voces de múltiples capas, justo lo que uno podría esperar en una celebración en Nueva Orleáns.
Si “Lean on my love” recuerda a algunos grandes duetos del soul, en esta ocasión acompañado de Andra Day (otros invitados son Nick Waterhouse y las Womack Sisters, nietas de Sam Cooke), en “At all” se acerca al funk y en “Maybe” hace valer su arte al piano. Por su parte, “Lonely avenue” nos sumerge en un club oscuro mucho después de la medianoche, en un tema que, por si fuera poco, se atreve a compartir con Randy Newman, sin que desmerezca lo más mínimo.
Si acaso disperso en su concepción, pero siempre atinado —salvo en el reggae final—, en todo momento la banda suena compacta y de forma bien tangible, muy cerca del oído. Pocas veces se puede escuchar una grabación que llene el espacio de una sala con una presencia tan física, tan al alcance de la mano, a partir de una instrumentación sobria, justo la imprescindible.
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Anterior crítica de disco: Episodios personales, de Los Verdugos.
