
«Por encima de poeta, Sabina fue siempre canción. Canción del pueblo»
El adiós escénico definitivo de Joaquín Sabina, en el Movistar Arena de Madrid, se convierte en una fiesta de abrazos, lágrimas y canciones coreadas por más de 12.000 personas en un concierto “que recordará toda la vida”. Allí estuvo Arancha Moreno.
Joaquín Sabina
30 de noviembre de 2025
Movistar Arena, Madrid
Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: INÉS LEAL.
No sé cómo pudo aguantar. Supongo que cuarenta años de canciones y conciertos, de infinitos viajes y vuelos, de ictus, caídas y cartas de Hacienda, hacen callo, pero no sé si tanto. Porque Joaquín Sabina salió al escenario a punto de romperse. La pista y las gradas del Movistar Arena eran un mar de brazos, vítores y aplausos que parecían darle sentido a todo. Doce mil almas le abrazaban a gritos en su adiós definitivo a los escenarios y él, con la cara contraída, expresaba más con los ojos que con las palabras.
Nunca tuvo tanto sentido aquello de «yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid». Un arranque necesario. Una de tantas canciones, como dijo, que han crecido y se han instalado en la memoria sentimental de la gente. Quizá por eso, más que un funeral artístico, era una absoluta fiesta. La fiesta de Marta, que te ha acompañado siempre, y de Lucía. La fiesta de Inés, Javier y Elisa. La de Fernando (León de Aranoa), Vanessa (Martín), Víctor Manuel y Ana Belén. Anoche no quería faltar nadie. Algunos hasta cruzaron el charco, meses después de despedirse allí de su público latinoamericano. Vinieron de México, Argentina y hasta de Estados Unidos. Porque hay noches que solo se viven una vez, y esta era de esas.
Poco importa que el setlist fuera similar al del resto de la gira. Cada canción vivía su propia partida y contenía una emoción nueva. Nunca nos cansaremos de celebrar “Lágrimas de mármol” y él, él no dejará de negarlo todo hasta el final. Las canciones de la última etapa suenan hoy a despedida, quizá porque ya lo eran mientras las estaba escribiendo. Componía sabiendo que el horizonte se achicaba, tal vez preparando su partida. Ya no brotaba el júbilo burlón de 19 días y 500 noches ni bailaban el vals las lunas de miel. Pero seguía siendo el mismo tipo que, cuarenta años atrás, compuso “Calle melancolía”. La segunda canción que escribió en su vida. Hay pasados que, decididamente, están a otro nivel.
Le habrían gustado a Santana las guitarras de “Mentiras piadosas”, y por supuesto ese “Pacto entre caballeros” que apuntala Jaime Asúa antes de que Joaquín regrese al escenario. Sabina siempre deslumbra cuando empuña el rock. Pero luego, al escuchar la sinuosa “Peces de ciudad”, entiendes que él siempre fue mucho más. Que fue medio tiempo y balada. Que fue rumba, ranchera y vals. Que nunca llevó corsé. Que por encima de poeta, Sabina fue siempre canción. Canción del pueblo.

«Hay familias enteras que solo se entienden cuando suena una de Joaquín»
«Yo sabía que este concierto era el último y el más importante de mi vida, el que en los años próximos recordaré con más emoción», acertó a decir entre pieza y pieza. Todas sus palabras eran de memoria y agradecimiento. Al público, a los amigos y, cómo no, a su banda. A Pedro, Josemi y Borja, a Laura y a Mara, a Jaime y, cómo no, a Antonio. Se acordó de aquella dama que le contó que vivía en el bulevar de los sueños rotos y le dedicó la canción a ella, a Chavela Vargas, después de compartir mesa y ojos vidriosos con Marita en “Una canción para la Magdalena”. Y, un instante antes de entonar la copla, se nos paró el corazón mientras ella buscaba fuerzas para hacerlo por última vez. “Y sin embargo te quiero” cortó el aire antes de desembocar en su heredera sabinera, “Y sin embargo”.
Anoche sonó “De purísima y oro” en un precioso trío acústico y León de Aranoa levantó el móvil para grabarla, mientras la cámara seguía haciendo su particular travelling por el cielo del palacio, registrando cada instante de una noche que quedará grabado para siempre. La combinación final podría haber sido cualquiera, pero tenía todo el sentido que fueran “Tan joven y tan viejo”, “Contigo” y “Princesa”. El tiempo. El amor sin costumbres. La chica de la calle.
Maldito Sabina, ¿cómo descubriremos ahora de qué va la vida? ¿Adónde iremos ahora, que no quedan islas para naufragar? Hay familias enteras que solo se entienden cuando suena una de Joaquín. Hay dos tipos abrazándose entre lágrimas delante de mí. La fiesta se acaba y tú, Joaquín, no sé cómo has conseguido llegar hasta aquí. No sé cómo has logrado cantar con el nudo en la garganta, con la mirada desnuda, apoyándote en el teleprónter casi por inercia, leyendo quizá para que la emoción no acabase en desgobierno.
«Sin vosotros las canciones no existen. Gracias eternas», se sinceró Sabina en un momento de la noche. Él se va, pero ellas se quedan por el aire. Para brindar y sostenernos. Para decirnos lo que no sabemos decir. Benditas canciones, ¡maldito Joaquín! No sabes cuánto te vamos a echar de menos. Gracias eternas a ti.

