DISCOS
«No debería pasar desapercibido para los devotos del soul clásico y aledaños»

Lady Wray
Cover girl
BIG CROWN RECORDS / POPSTOCK!, 2025
Texto: XAVIER VALIÑO.
Sin duda, Lady Wray es una de las cantantes más subestimadas de los últimos años. Podríamos decir de las tres últimas décadas, ya que publicó su primera canción allá por 1998, su mayor éxito, por cierto, cuando era una protegida de Missy Elliott. Bien es cierto que su producción es escasa, dos álbumes hasta ahora, aunque había editado otro en su día, realmente el primero, con su nombre real, Nicole Wray. Cover girl puede que no revierta esta situación, pero no debería pasar desapercibido para los devotos del soul clásico y aledaños.
A sus 46 años parece haber logrado la libertad creativa que artistas con una trayectoria más larga nunca llegaron a alcanzar, además de mostrar una mayor confianza en sí misma: «La alegría que tengo significa más que nada / Que sé quién me ama, soy yo / Soy la belleza que veo», canta en el tema titular de este (su) disco más compacto, entre el soul, el funk futurista y el rhythm and blues de los noventa. Lo ha creado en colaboración con Leon Michels, al que conoció cuando grabó con The Black Keys sus discos Blakroc y Brothers, y con quien después continuó trabajando en la gira que hizo con Lee Fields.
En el álbum, Wray se pasea por el soul de los sesenta en “My best step” («Mi próximo paso es mi mejor paso», asegura), el doo-woop en “Hard times”, el disco funk en “You’re gonna win”, los ecos de Delfonics o Stylisctics en “What it means” y, como novedad, un cierto aire góspel en canciones como “Best of us”, “Higher” o “Calm”, temas que cierran el círculo emparentándola con aquella niña que empezó cantando en el coro de su iglesia en Salinas, California.
A través de sus once canciones, Cover girl pinta un vívido retrato de una mujer que abraza todas las facetas de sí misma: su camino parte de una profunda devoción romántica, sin dejar por ello de mostrar dudas ocasionalmente, de un amor propio desafiante que celebra exuberantemente para, finalmente, encontrar una merecida paz espiritual. Cada canción contribuye con un capítulo crucial a esa narrativa. En definitiva, el oyente siente como si hubiera vivido todo ese arco narrativo junto a ella: bailando con su alegría, siendo testigo de su sufrimiento y, en última instancia, compartiendo la serenidad ganada con los años y la experiencia.
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Anterior crítica de disco: A matter of time, de Laufey.

