
«La mansión fue frecuentada por multitud de artistas que querían alimentarse del espíritu de aquellas mujeres. Frank Zappa, Bob Dylan, Lowell George o David Bowie pasaron temporadas allí»
María Canet repasa la trayectoria de Fanny, la banda de rock femenina que rompió moldes en los setenta, y la peculiar historia de “Fanny Hill”, la villa donde grababan.
Texto: MARÍA CANET.
Existen casas, edificios, incluso vecindarios, que han marcado la historia de la música popular de una manera especialmente significativa. En el edificio Brill Building de Nueva York, Carole King y Gerry Goffin concibieron algunos de los himnos de los sesenta. Laurel Canyon, situado a las afueras de Los Ángeles, se convirtió en la cuna de la escena country rock en las décadas de los sesenta y los setenta con ilustres residentes como Joni Mitchell, The Mamas & The Papas, Judy Collins o Crosby, Stills, Nash and Young. Una villa de Nellcôte, en la costa azul francesa, fue el escenario donde se desarrolló la salvaje grabación del Exile on Main Street (Rolling Stones Records, 1972) de los Rolling Stones. Una arquitectura sonora donde también hay ruinas olvidadas. Es el caso de una mansión en Los Ángeles donde vivieron comunalmente un grupo de mujeres (algunas de ellas lesbianas o bisexuales) que luchaban por convertirse en estrellas del rock and roll. Desde aquella casa, que recibió el nombre de “Fanny Hill”, la banda Fanny intentó desafiar las reglas de la industria musical y de la sociedad de los setenta.
La historia de Fanny no arranca en Los Ángeles, sino en Manila, donde nacieron y pasaron su infancia y primeros años de adolescencia June y Jean Millington. Hijas de un matrimonio mestizo, de madre filipina y padre norteamericano, las hermanas se acostumbraron a existir en tierra de nadie. En Filipinas, se las señalaba por yanquis; al mudarse a Sacramento, California, sus rasgos asiáticos eran observados con recelo por sus compañeros de instituto, prejuicios alimentados por la guerra de Vietnam. Su padre, el militar Jack Millington, compró instrumentos (una guitarra para June y un bajo para Jean) para facilitar su integración en el centro escolar.
Aquella estrategia funcionó: allí conocieron a Brie Howard, que tocaba la batería y compartía con las hermanas Millington origen filipino. Junto a ella formaron un primer conjunto, The Svelts, en 1965. Consciente del potencial de sus hijas, Jack decidió comprar y restaurar un autobús para que el grupo pudiera viajar hasta Los Ángeles y probar suerte allí. The Svelts cambiaron su nombre a Wild Honey y se dieron el plazo de un año para lograr su objetivo: triunfar como la primera banda de rock compuesta íntegramente por mujeres. Demostrar que poseían la misma fuerza y calidad que los hombres.
Para ello, se convirtieron en artistas recurrentes del mítico club Troubadour, donde despuntaron las carreras de Linda Ronstadt o los Eagles, pero los días corrían sin llamadas de agentes o discográficas. A punto de firmar su rendición final, la noche antes de hacer las maletas y abandonar su sueño, la secretaria del productor Richard Perry (Carly Simon, Harry Nilsson, Rod Stewart) de Reprise Records, asistió al local aquella noche. En Wild Honey vio la prueba perfecta para rebatir y sorprender a su jefe, que siempre había afirmado que las mujeres no podían formar una banda de rock de éxito. Al descubrirlas días más tarde, Perry quedó absolutamente prendado. Les sugirió cambiar de nombre y fichar una teclista. Así mismo, buscó una casa donde pudieran grabar y desarrollar su carrera con todas las comodidades. Fanny acababa de nacer.
Tras la incorporación de Nickey Barclay, que había tocado junto a Joe Cocker, a los teclados, se instalaron en una villa abandonada en Marmont Lane, muy cerca de Sunset Boulevard, que había pertenecido a la actriz e inventora Hedy Lamarr. Aquella mansión, angelina a la que bautizaron “Fanny Hill”, parecía destinada a cobijar mujeres adelantadas a su tiempo. Fanny era una banda formada íntegramente por mujeres, birraciales, lesbianas o bisexuales. Tras los combativos años sesenta, que culminaron de forma victoriosa en materia de derechos (fin de la segregación, libertad sexual, pacifismo, auge del feminismo), la de los setenta se antojaba como la década idónea para poder saborear y disfrutar, al fin, de las mieles de la libertad. Sin embargo, ese goce parecía reservado únicamente a los hombres.
Si bien existían voces disidentes como la de Janis Joplin o Grace Slick (Jefferson Airplane), que lograron ser escuchadas y respetadas en el testosterónico mundo del rock, las mujeres no capitaneaban grandes conjuntos en el género. Su militancia en grupos parecía relegada a las girls bands que, como las Ronettes, las Crystals o las Supremes, lograban éxitos entre el soul y el pop con una imagen pulcra y dulcificada. Una imagen con las que las Fanny, con sus largas y lacias melenas negras y su estética casual, lejana a los tacones, vestidos o minifaldas, rompieron radicalmente. No pretendían seducir ni agradar a los hombres, sino tener la libertad de hacer rock and roll a su manera, como recordaba la fotógrafa Linda Wolf, quién vivió con ellas un año, en una entrevista para la web Rebeat, en 2016: «Nadie usaba maquillaje ni dormía con rulos ni nada por el estilo. Se vestían con jeans y camisetas, y llevaban el pelo liso con raya en medio, muy unisex. Las chicas tenían claro que no iban a seguir el juego que la dirección quería que siguieran, el de chicas glamurosas que tenían que parecer sexys. Iban a ser tomadas en serio como músicas, eso estaba claro. Para mí fue inspirador: un gran salto hacia una nueva forma de seriedad, de ser una mujer que no utilizaba la sexualidad para relacionarse con los chicos, sino que perseguía una carrera profesional y desarrollaba sus fortalezas».
En 1970, el cuarteto se encontró con un disco en marcha, Fanny (Reprise Records, 1970), el respaldo de un gran productor y un lugar donde poder desarrollar su carrera, pero la vida decidió poner un nuevo obstáculo en su camino. Brie se quedó embarazada y decidió abandonar la banda de forma oficial, aunque permaneció en la casa, donde crio a su pequeña con la ayuda de sus compañeras y del resto de famosos invitados. Alice De Buhr, que se convertiría en amante de June, cogió las baquetas en su lugar. La mansión también se convirtió en un refugio donde ambas podían vivir su romance sin el juicio ajeno. Era, en definitiva, como señaló Bonnie Riatt en el documental Fanny: the right to rock (Bobbi Jo Krals, 2021), otra habitual de la villa, «una hermandad con amplificadores».
Fanny Hill era un hogar donde crecían niños y un refugio donde sus habitantes podían existir libremente. Por primera vez las hermanas Millington habían encontrado su sitio; ya no buscaban encajar. Pero, ante todo, era el lugar desde donde mostrar al mundo su valía. Adecuaron el sótano a modo de local de ensayo y, entre alfombras y lámparas de lava, las cuatro mujeres componían y ensayaban sin descanso con el objetivo de ser las mejores. En el documental anteriormente citado, June Millignton afirmaba: «Estábamos centradas en componer nuestras propias canciones y en mejorar como músicos. Había mucha competencia. Nos quedábamos hasta las tantas escribiendo canciones, repasando arreglos, practicando en el estudio, y la prensa solo sabía preguntar, qué se siente siendo una chica tocando en una banda».
La fotógrafa Linda Wolf, que vivió con ellas un año, recordaba para la web knkx npr, en septiembre de 2023, aquel lugar como un hervidero de creatividad. «Llevaba un par de meses trabajando allí, cuando me pidieron que me ocupara de una banda de rock formada íntegramente por chicas que acababa de firmar con el sello discográfico y que venía a una reunión. Desde el momento en que vi a las chicas pavoneándose por el pasillo de Reprise, supe que quería formar parte de lo que fuera que estuvieran haciendo. Nos hicimos amigas al instante. Había instalado un cuarto oscuro improvisado detrás de la sala de ensayos. June, que era aficionada a la fotografía, me prestó la Leica M3 de su padre, dejé mi trabajo y me mudé a Fanny Hill. Ser testigo del nivel de concentración, intención, disciplina y práctica que se necesitaba para ser músico me enseñó más que nada, pero fue la confianza en mí misma y la reflexión que obtuve de June, Jean y Alice lo que me nutrió más que nada».
Wolf no fue la única ilustre huésped de Fanny Hill. La mansión fue frecuentada por multitud de artistas que querían alimentarse del espíritu de aquellas mujeres. Frank Zappa, Bob Dylan, Lowell George o David Bowie pasaron temporadas allí. Joe Cocker se convirtió en la atípica niñera de Panky, la hija de Brie (incluso llegaba a robarle las galletas), mientras que Eric Clapton les cedió, tras una visita, el tema “Badge” de Cream, y, que, en palabras de su amigo George Harrison, ellas mejoraron. La exigencia que se autoimponían era enorme. En Fanny: the right to rock, Jean llegó a afirmar que, en una ocasión, probó la heroína de la mano del saxofonista Bobby Keys, colaborador habitual de los Rolling Stones que reparó una temporada en la villa, algo que le incapacitó durante una jornada: «Me puse tan mala que, al día siguiente, no podía trabajar. Al día siguiente, le pregunté ¿cómo lo hacéis? Pero claro, ellos sí podían tomarse días libres. Nosotras, no».
Entre 1970 y 1973 publicaron cuatro excelentes discos Fanny (Reprise Records, 1970), Charity ball (Reprise Records, 1971), Fanny Hill (Reprise Records, 1972) y Mother’s pride (Reprise Records, 1973). Llegaron a grabar en Abbey Road junto Geoff Emerick, ingeniero de sonido de los Beatles, y a girar con éxito por Inglaterra abriendo para Slade, Deep Purple Jethro Tull o Humble Pie, quienes las admiraban. Todos querían contar con ellas. El éxito cosechado en Europa no consiguió darles la fuerza para aguantar en Estados Unidos, donde no lograban abrirse camino en un competitivo mercado. Víctima del agotamiento, «durante aquellos años apenas comía o dormía», narra June en el documental, la guitarrista dejó la banda. Publicaron un último trabajo, Rock and roll survivours (Casablanca, 1974), con Patti Quatro (hermana de Suzi) como sustituta de June a la guitarra y con el regreso de Brie a la batería tras la marcha de Alice De Buhr. Hartas de luchar contra la industria y la sociedad, la banda acabó por disolverse.
En una entrevista concedida a la revista Rolling Stone en 1999, David Bowie rescató a Fanny del olvido. «Una de las bandas femeninas más importantes del rock estadounidense fue enterrada sin dejar rastro. Eran una de las mejores bandas de rock de su época. Eran extraordinarias: componían todo, tocaban como unas cabronas, eran colosales y maravillosas, y nadie las ha mencionado nunca. Son tan importantes como cualquiera que haya existido jamás; simplemente no era su momento. Revivamos a Fanny. Y sentiré que mi trabajo está hecho», declaró.
En 2018, casi cincuenta años después del inicio de la banda y animadas por el hijo de Jean, la bajista, su hermana June y Brie Howard, se reunieron con un nuevo nombre: Fanny Walked the Earth, que, según evocaba Howard en el documental, «demuestra que Fanny estuvo aquí y dejó huella». Lanzaron un álbum homónimo, Fanny walked the earth (Blue Élan, 2018), con once nuevos temas. Dispuestas a rockear y a recuperar lo que el destino les había injustamente arrebatado en los setenta, prepararon una gira. El día antes de coger el avión rumbo al primer concierto, Jean sufrió un ictus; no podía tocar el bajo. La suerte había vuelto a ponerle una trampa a Fanny. Solo cometieron un error: llegar demasiado pronto. Aquellos días en Fanny Hill bien merecen ser recordados. Allí un grupo de mujeres consiguió desafiar las reglas. Allí el rock and roll tuvo rostro, cuerpo y alma de mujer.

