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Las ganas, el talento y el propósito de Manolo García

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DISCOS

«Son dieciséis canciones con la marca propia de Manolo García, una voz pura, letras optimistas, en ocasiones menos atentas al juego de lo popular»

 

César Prieto se sumerge en Drapaires poligoneros, el nuevo disco de Manolo García, con gran presencia de guitarras y unas letras que oscilan entre el costumbrismo y el idealismo.

 

Manolo García
Drapaires poligoneros
SONY, 2025

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Cuando yo era joven, había una figura que nunca faltaba en los barrios de las ciudades, era lo que se llamaba en Barcelona, el drapaire. Joan Manuel Serrat le dedicó una canción y en la excepcional Si te dicen que caí, de Marsé, el personaje principal —ese maravilloso Java— se dedica a ello. Se trataba de alguien que recogía ropa vieja, papeles, botellas vacías, y que solía dar a los chavales que éramos algunas monedas con lo que le llevábamos a su enorme almacén. Manolo García recupera esta figura.

Es su décimo elepé —si obviamos los de Los Rápidos, Los Burros y El Último de la Fila—, y no ha perdido ni las ganas, ni el propósito, ni el talento. Este Drapaires poligoneros encara el mundo como el gran polígono de compraventa en que se ha convertido, donde todos recogemos porquerías y siempre estamos intentando colocarlas en el mercado.

Son dieciséis canciones con la marca propia de Manolo García, una voz pura, letras optimistas, en ocasiones menos atentas al juego de lo popular, sin estribillos, como en “No estás solo, tienes tu voz”, simplemente García recrea las historias que quiere contarnos. Desde una imagen inicial, alguien vagando por las calles, proclama que lo inteligente es la reflexión para crecer, melismas y empuje para que sus fans se sientan poderosos. El mensaje es claro y es positivo, como todos los que emiten las canciones de García, aunque en ocasiones recorra sendas oníricas, como en “Subí con la dama”, con una estructura más pop y una letra con damas misteriosas, fragantes perfumes de flores y ciudades vacías vistas desde azoteas o plantas nobles. La mujer —en este caso genérica— también es coprotagonista de “Mujer sola, hombre solo”, con una letra críptica y sugerente. La instrumentación y el sonido son perfectos; los arreglos, los justos; el conjunto, siempre acogedor.

La presencia de guitarras es constante y con todas las texturas. Son rugosas en “Mariposa de metal” para envolver esas melodías tan especiales de Manolo García, una rugosidad que en la letra se llena de aristas y grises, quizá, la canción de su carrera más afín a Los Rápidos, su primer y muy reivindicable grupo. En “Un nudo gordiano” lo que destaca es su acogedor riff y el estupendo trabajo, como en todo el disco, de las percusiones, y en “Fuego fatuo” lo impresionante son los punteos para hablar de una relación esporádica, breve, pero que se recuerda años y años. En “Recuerdo vertical”, incluso, la guitarra sostiene toda la canción.

En otras ocasiones, las cuerdas son muy orgánicas, como en “Lustre y lumbre”, con una letra que abre la esperanza, que reclama un motor que ha de impulsarnos a no optar por la resignación, a no claudicar, con ese mensaje de autoayuda que tanto gusta a sus fans. También natural y directa en la letra es “Lloraré”, el tópico de que toda la naturaleza se apaga —aquí enfrentado a paisajes urbanos— se acompaña de un puente inmenso y versos más sugerentes que descriptivos. Íntima, y flotando sobre la calma que debe residir la vida, es “Pequeña e ingenua reflexión”, y también es reflexiva “Drapaires poligoneros”, a la par que melancólica, sobre el tópico del carácter igualatorio de la muerte.

El carpe diem —«en realidad solo tenemos el día de hoy»— se muestra en “El día de hoy”, con una declaración de amor perfecta que pide aprovechar el momento. Y las relaciones humanas y la bondad aparecen en “El celoso”, con la voz más aflamencada, cerca de Triana y con una banda inconmensurable, perfecta.

Más poeta que músico, ya desde Los Rápidos, las canciones de Manolo García no van a evolucionar mucho más en discos posteriores, pero está bien que sea así, que nos den esa calma y ese devenir pausado de la existencia que reclama, que podamos frenar, por lo menos para atender a su poesía, al mundo.