TREINTA ANIVERSARIO

«Es una de esas obras que no ha hecho otra cosa que crecer con el tiempo y es considerado, de forma casi unánime por sus fans, como uno de sus más importantes elepés»
Hasta el noveno álbum de estudio de la banda neoyorquina viaja Fernando Ballesteros, para recordar por qué su carácter desafiante y anticomercial acabó conquistando el mundo.
Sonic Youth
Washing machine
DGC Records, 1995
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Es casi imposible ponerle pegas a la trayectoria de Sonic Youth, pero es que la discografía del grupo, si nos ceñimos al periodo comprendido entre 1988 y 1995, fue sencillamente excepcional. Lo suyo, desde sus comienzos, había consistido en acercarse de forma gradual a sonidos más accesibles. Evol (86) fue la primera piedra en ese camino y Sister (87) dio un paso más allá. Aquel álbum, editado aún con la camiseta de la independiente SST, era soberbio, pero el gran salto estaba a la vuelta de la esquina.
La firma con Geffen tampoco significó un cambio sustancial en sus planteamientos porque Kim Gordon, Thurston Moore, Lee Ranaldo y Steve Shelley se encargaron de poner bien a salvo su independencia creativa. Daydream nation (88), su debut para una grande, fue el resultado de un proceso en el que la banda se encerró para improvisar en unas sesiones que se revelaron más que fructíferas, ya que salieron de ellas con muchísimo material. El elepé resultante, generoso en minutaje, se abría con un himno de la nación alternativa, años antes de que la palabra cobrase un nuevo significado. “Teenage riot” es una de esas canciones que valen por toda una discografía. Palabras mayores. Su siguiente disco Goo (90) fue sobresaliente también, quizá un punto inferior, y Dirty (92), que llegó en plena explosión de Nirvana, fue su álbum más redondo y hasta convencional, teniendo en cuenta todas las reservas con las que hay que manejar este concepto cuando estamos internándonos en el universo de Sonic Youth.
En 1992, las expectativas se habían disparado en torno al grupo. Los millones de copias despachados de Nevermind habían cambiado las cosas y muchos pensaban que era su momento, que aquella tarta también les pertenecía a ellos, pero los propios Sonic Youth sabían que no iba a ser así. Vendieron más copias que de lanzamientos anteriores, por supuesto, pero se quedaron a años luz del triunfo masivo. Lo suyo, y ellos eran plenamente conscientes, era una historia de éxito gradual.
Como si quisieran quitarse de encima incómodas miradas, se desmarcaron con Experimental jet set trash and no star, un elepé en el que las canciones, magníficas, por otro lado, se presentaban menos redondas, con un sonido que carecía de la robustez de Dirty. Fue una demostración más de que jugaban con sus reglas y que nada ni nadie iba a cambiar esa realidad. Y con este panorama llegaron a la grabación de su siguiente disco, Washing machine, con el que cerraron la etapa dorada que habían comenzado con Daydream nation.
De vuelta a la experimentación controlada
Grabado en Easley Studios de Nashville con John Siket como productor, el cuarteto se tomó el elepé casi como un nuevo comienzo, tanto que hasta barajaron la posibilidad de rebautizarse para la ocasión con el nombre de Washing Machine. Finalmente, aquella intención, que hubiese supuesto un bellísimo suicidio comercial, fue desechada, pero lo que grabaron en las sesiones se encontraba, sin lugar a dudas, entre lo mejor de su discografía. Abrían la sesión con “Becuz” y el bajo de Kim marcando la pauta antes de que se desatara una de esas tormentas sónicas a las que ya nos tenían tan bien acostumbrados. Un inicio perfecto.
“Junkies promise” juega con los cambios de ritmo como solo ellos sabían hacer y con la voz de Thurston bordando una de sus mejores interpretaciones, mientras que “Unwind”, a pesar de ser puro Sonic Youth, suena novedosa con su belleza controlada. Lee Ranaldo asume la voz cantante en “Saucer-like” y la vibrante “Skip tracer”, y Kim Gordon nos lleva de viaje hasta décadas pasadas para desembarcar en el mundo de los girl groups sesenteros con la preciosa “Little trouble girl” en la que canta a dúo con la otra gran Kim de nuestras vidas.
Pero había más, porque en Washing machine también estaban las sinuosas guitarras de “No queen blues”, “Panty lies” y esos gritos de Gordon que de repente son susurros o quién sabe si lamentos. O la expansiva “The diamond sea” que se presenta como una gran canción pop durante los tres primeros minutos. Veinte después se han desencadenado todas las tormentas que cabían en el mundo de los neoyorquinos y ya casi ni nos acordamos de cómo había empezado todo.
Cuando vio la luz en septiembre de 1995, el disco fue recibido con entusiasmo por la crítica aunque, en el plano comercial, no se acercó a las cifras de sus discos más vendidos. Washing machine, en cualquier caso, es una de esas obras que no ha hecho otra cosa que crecer con el tiempo y es considerado de forma casi unánime por sus fans como uno de sus más importantes elepés. Teniendo en cuenta todo el camino recorrido hasta su publicación, representa la cima de siete años, volviendo al argumento inicial, simplemente intachables.
Después llegaron dos discos, A thousand leaves (98) y NYC ghosts & flowers (2000), que transmitían cierta sensación de cansancio. Escuchándolos, sentía, aunque puede que fuese más problema mío, las cosas como son, que el grupo necesitaba una inyección de vitalidad que llegó con el nuevo siglo y una tanda de discos en las que el nuevo siempre era mejor que el anterior. Con Murray street (2002) parecían volver los mejores Sonic Youth, Sonic nurse (2004) y Rather ripped (2006) confirmaron los mejores augurios y luego llegó The eternal, que fue una sorpresa por mucho que el cuarteto ya nos hubiera acostumbrado a la excelencia durante más de dos décadas. Aquel fue un disco que se metió entre lo mejor que hicieron. Recuperaban su versión más redonda, aquella que relucía en Daydream nation o Dirty y se mostraban tan inspirados que completaron una de las mejores grabaciones del curso de 2009.
Pero cuando sus seguidores nos frotábamos las manos ante lo que intuíamos que estaba por venir, la separación de Kim y Thurston, ampliamente tratada en la excelsa autobiografía de Gordon, precipitó el final del grupo en 2011. Se marcharon por la puerta grande y, tal y como terminaron las cosas, dio toda la impresión de que lo hacían para siempre.
¿Una nueva vida para Sonic Youth?
Y, sin embargo, en el mundo de la música todo es posible. Por eso, un simple mensaje compartido por el perfil oficial del grupo y por Kim, en el que aparecía la portada de Washing machine al cumplir treinta años con un intrigante 2026, desató todo tipo de especulaciones, rumorología e ilusiones desbordadas. ¿Se trataba de un posible regreso? Los más optimistas quieren creer, aunque, probablemente, pueden ustedes apostar a ello, no sé más que una reedición del disco.
La bajista alimentó las esperanzas cuando recordó en unas declaraciones que la de Washing machine fue su experiencia preferida en el estudio, que nunca disfrutó tanto como durante aquellas sesiones en Nashville. Por si fuera poco, apareció en un programa de televisión interpretando “Little trouble girl” junto a Kim Deal, algo que para algunos supuso un nuevo guiño. De todas formas, y antes de lanzar las campanas al vuelo, conviene recordar que Thurston Moore ha dicho en alguna ocasión que el grupo no va a volver, que no siente que haya una historia que contar, que ya lo dijeron todo desde su fundación hasta aquel concierto en Brasil en el que dijeron adiós.
Las palabras de Moore parecen bastante realistas. Cuesta creer que las heridas profundas hayan cicatrizado y a Sonic Youth no les pega nada volver para rentabilizar su legado. De manera que, mientras no haya noticias al respecto, toca disfrutar de la obra de los norteamericanos, volver a escuchar , uno de sus cinco mejores discos y, si se puede, preparar algo de dinero para una más que posible reedición del disco que llegará para conmemorar sus treinta años de vida.

