
Sendoa Bilbao repasa la obra del músico australiano, a propósito de los conciertos por España que ha anunciado a partir de noviembre. Un decálogo de canciones perfecto para calentar motores.
Selección y texto: SENDOA BILBAO.
Hay figuras dentro del panorama musical que eligen ser la luz de un faro que, sí o sí, siempre vuelve guiando a pocos elegidos a través de la tormenta. Ben Salter pertenece a esa estirpe: la del trovador, el arquitecto de canciones que dibujan la silueta de un continente vasto y solitario, extrayendo su fuerza de la propia tierra. Su música es ecléctica y esotérica, un hermoso desafío que se nutre por igual del indie rock, el folk, el jazz y la new wave. No está preocupada por la moda ni por el estruendo superficial; es la destilación de la vulnerabilidad y la melancolía convertida en folk épico con toques de punk y pop.
Pero es su voz el arma definitiva, un instrumento camaleónico que puede pasar del susurro obsoleto de quien te confiesa verdades al oído, a quien te canta a modo crooner desde lo alto de un unicornio tecnicolor sobre un abeto de purpurina en un jardín de Las Vegas. En todos sus registros, existe un hilo que rompe algo dentro de tu bulbo raquídeo que no sabías que existía, esa reacción instintiva que te obliga a escuchar. Es esta dualidad, esta honestidad brutal y decadente, la que le alza por encima del swagger de sus contemporáneos.
Desde sus días en bandas seminales como The Gin Club o The Wilson Pickers, Salter ha cultivado el arte de la canción perfecta. El autor que, desde 2021, hizo del Museum of Old and New Art (MONA) en Tasmania su estudio semipermanente y su musa, nos visita en una gira extensa que comienza con un significativo tour por Euskadi a finales de noviembre (Gernika, Iruña/Pamplona, Bilbao), antes de recalar en la península, con paradas clave como el concierto del 4 de diciembre en el Café de La Palma de Madrid, y su posterior periplo por Galicia y Santander.
Ahora que este narrador vital y brillante pisa de nuevo el asfalto del circuito de salas, resulta imperativo revisar diez viñetas sonoras de su discografía en solitario. Diez paradas que no solo celebran su genio, sino que desvelan la trastienda de su proceso creativo: la soledad, los números que no cuadran, el misticismo del arte y esa épica tremendamente afectante.
1.- “Things fall apart” (The cat, 2011)
El debut en solitario de Salter fue un acto de demolición controlada y reconstrucción. Inspirado en el clásico de Chinua Achebe, este tema condensa la tensión del derrumbe; no el final catastrófico, sino el momento en que todo empieza a resquebrajarse. Es una canción nacida de la necesidad de autoafirmación, de poner banda sonora al inevitable e ineludible proceso de reiniciar la vida cuando las estructuras que te sostenían se vuelven inútiles. Nos imaginamos a Ben emerger de una nube de papeles rotos y polvo como en un épico musical.
2.- “The stars my destination” (The stars my destination, 2015)
El título, tomado de la novela de ciencia ficción de Alfred Bester, ya es una declaración de intenciones: una búsqueda sin fin, romántica y fatalista. Esta es, sin duda, una de las canciones a las que siempre vuelvo, un tema que he escuchado un número incontable de veces. El álbum y este tema son el crisol de su madurez. Me imagino una voz sin cuerpo vagando, y gracias a la crisálida luz de su voz llega más allá, por lugares inhóspitos de la galaxia, entre asteroides y agujeros negros. Es, en esencia, la sinfonía definitiva para el espíritu vagabundo; la constatación de que la épica más grande no está en las batallas, sino en la fragilidad desnuda de quien sigue caminando bajo ese cielo, vasto y mentiroso.
3.- “Isolationism” (Back yourself, 2017)
Este tema se convirtió en el sencillo principal de su tercer álbum de estudio y es, de mis predilectas, un himno personal y silencioso. Es un canto a la distancia autoimpuesta, al refugio interior que el artista necesita para crear. Escrita junto a su colaborador de The Gin Club, Conor Macdonald, la canción juega con el concepto del aislamiento: no como un castigo, sino como una herramienta, una pedagogía del silencio para escuchar la melodía que solo resuena en la cabeza. Una pieza esencial para entender su psique, que esconde versos cargados de una devoción conmovedora: «Oh Lord / You put us to the sword / We all get our reward / Keep us on our toes… / Oh Lover / You saved me you’re all the is now / You’re all that I’m in to…». Es el balance perfecto entre la rendición y el renacimiento a través de la conexión emocional.
4.- “Golden axe” (The mythic plane, 2019)
El contraste es el golpe de gracia. La furia y el glamur decadente del título, tomado del famoso videojuego arcade de los ochenta, se mezcla con una épica folk de guitarras sucias. La verdadera joya reside en su prosa, un diario decadente y brillante sobre la batalla contra la inercia. Salter alcanza la maestría al mezclar la tristeza que surge en lo mundano (un pasillo de supermercado), con la épica de la infancia (VHS, Betamax y el videojuego). La canción nos recuerda que la vida es filosófica y que hay que jugar las cartas que te tocan: «I’m timid and I’m pale, but I’m delighted that we made it this far, it’s all philosophical – you’ve gotta play the cards you’re dealt, draw four and begin again».
Demuestra que, incluso con miedo y palidez, el mero hecho de haber llegado hasta aquí ya es un triunfo.
5.- “It became a thing” (The mythic plane, 2019)
Entramos en el tema con un ritmo que nos lanza como un jinete eléctrico sobre el asfalto. Esta canción destila la ironía del artista que ha «sobrepasado su estancia» en un lugar y, a pesar de que las cosas no han salido como esperaba (quizá más días de los esperados en tierras gallegas), decide que todo es una cuestión de perspectiva. La letra es un comentario mordaz sobre el vacío que a veces hay detrás de la ambición. El pasaje que nos regala, el de la autocrítica sin filtro, es puro oro: «Well I just played a hundred shows and they weren’t packed but I still attacked, Torquemada, G.I. Joe».
Es la frase que nos da la clave: la dignidad del artesano que, aunque no llene las salas, mantiene el ataque frontal y la fe en el arte. Es la razón por la que, con esta enorme agenda de conciertos que trae este otoño, y siendo conscientes de cómo las pequeñas salas de conciertos están cerrando a un ritmo alarmante, debemos acudir sin falta a esta cita y petar la sala, porque son los últimos santuarios de la buena música.
6.- “Summer of loud birds” (Summer of loud birds, 2020)
El título es un destello poético y una sinestesia perfecta. Ben me confesó que la escribió en su estudio de Dodges Ferry, Tasmania, y que la lanzó justo cuando la pandemia nos envolvía. El autor admitió no estar del todo seguro de lo que trata, más allá de la imagen bella y el sonido de las palabras, pero me reveló que es una reflexión amplia sobre «la realidad del capitalismo tardío en el que vivimos». La canción se eleva como un drone melancólico y minimalista que transforma el aislamiento en una interpretación sonora perfecta para la inercia del entretiempo, con la particularidad de la flauta dulce tenor (tenor recorder), que el propio Salter toca también en directo. Es un verano diferente, uno donde el ruido de los pájaros es, paradójicamente, lo más alto que escuchamos.
7.- “Bliss” (Twenty-one words for happiness, 2022)
Este es el fruto de su aclamada residencia en el MONA. El álbum forma parte de una trilogía de discos conceptuales que buscaban encontrar las «veintiuna palabras» para definir la felicidad, la pérdida y el deseo. “Bliss” es una pieza luminescente, una balada minimalista y evocadora con la guitarra como eje, que a través de la quietud busca la belleza que hay en la aceptación, casi como una fría arquitectura de la paz interior.
8.- “Horizon” (Mayday, 2022)
“Hori”on» es una de las cuarenta y seis canciones que componen Mayday, la monumental obra que Salter gestó durante seis meses en su residencia en el MONA. El disco, más que un álbum, es un testamento sonoro. La canción es un ejercicio de arquitectura donde el espacio —grabado con el reverb de las vastas salas del museo— se convierte en un instrumento más. Es un ambient pop íntimo y expansivo que nos obliga a mirar hacia el futuro, hacia una línea incierta. Es la banda sonora perfecta para ese instante en que la esperanza es solo una fina línea de luz al final de una inmensa oscuridad.
9.- “Stats” (Mayday, 2022)
Una joya inesperada. En una pequeña entrevista que le hice para este decálogo, Ben Salter me desveló la trastienda de “Stats”. La pieza se grabó de forma espartana en una vieja 4 pistas, utilizando solo bajo, voz y la caja de ritmos de un órgano eléctrico obsoleto. El concepto central es pura metafísica: la canción se basa en la idea de que, al «salir de esta simulación que vivimos», se te proporcionan todas tus estadísticas y, como obsequio final, una serie de epifanías visuales que resumen el paso por la existencia. La letra, me dijo Salter, es «una serie de episodios de mi propia historia, todos mezclados». La pieza es un comentario mordaz sobre cómo intentamos reducir la experiencia humana y el amor a fríos números, entregando un art pop inteligente y disidente.
10.- “Sublimation” ( , 2023)
Su trabajo más reciente es un álbum épico que culmina, al menos hasta ahora, esta fase de introspección profunda. Sobre la canción titular, Ben me reveló que tomó el nombre, “Sublimatio”», prestado de la teoría literaria psicoanalítica (en particular de la obra de Jacques Lacan), de la cual, admite con humor, apenas entiende nada. El germen lírico, sin embargo, es puro drama shakespeariano, basado en la frase del Rey Lear: «Nothing will come of nothing. Speak again!». Es una pieza ambiciosa que aborda el concepto de transformar un instinto primario o una pérdida en algo de valor artístico. Es la prueba de que, para Salter, el dolor y la melancolía son simplemente el combustible más puro. Un final majestuoso.

