LIBROS
«Con un estilo más callejero que urbano, la prosa de Núñez se tira por precipicios a tumba abierta, golpea y se desmelena»

Raúl Núñez
A solas con Betty Boop
EFE EME, 2025
Texto: CÉSAR PRIETO.
Nuestro protagonista, Juan, se queda a solas con una imagen. Es la imagen de Betty Boop, el personaje, sexual e inocente, que había nacido en la Paramount en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Una pequeña figura que le ha regalado su hermana y que se hace carne, y habla con él. Juan está solo en casa, está muy solo, aunque alguien conocido haya alquilado el piso de al lado. Es un final sorprendente, crudo y lírico a la vez, de extrema placidez, más por lo que adivinamos que por lo que leemos. En el fondo se cumple lo que alguien ha anunciado a Juan algún capítulo antes: «Nunca volverá a haber un hombre tan solo como tú».
A Juan, en el primer capítulo, lo vemos en un Paralelo desierto, a las cinco de la madrugada, con un taburete de bar con el que se para en la puerta de un parking, entra en una cabina telefónica y llega al final a su casa, en el barrio barcelonés de Poble Sec. Hay una mujer en casa, cuando él vive solo. Al mismo tiempo, Rosendo, que trabaja en un taller de coches, con una vida anodina, a pesar de ello empieza actuar de forma extraña. Se pone nervioso, se despierta con fiebre y parece tener un resquemor hacia su mujer, Sara.
La mujer que se encuentra Juan al entrar en casa es su hermana, Purita. Van a comer, encuentro familiar, en un restaurante que han abierto unos pakistaníes, que de golpe se le presentan en casa con extrañas pretensiones. No tienen un duro, ni Juan ni Purita, así que le piden a su abuelo, que los echa con cajas destempladas. Aunque a Purita no le importaría prostituirse.
Pocos días después, una pareja de la Guardia Civil aparca en un bar, antes de llegar a Guadalajara. Ven, tras la cristalera, a un hombre que arrastra un televisor. Es Rosendo, que viene andando desde Barcelona y trae una cuerda atada a la pantalla. Esta rota porque le ha pegado un puñetazo. Se ha enamorado de Elena, la presentadora del telediario, quien determinado día aparece con un locutor, con el que cree Rosendo que tiene una relación. Va a pedirle perdón porque cree que le ha hecho daño al golpear el televisor.
Con estos mimbres, Raúl Núñez construye la última novela que publicó en vida, A solas con Betty Boop, y con ella está de nuevo, gracias a Efe Eme, al alcance del lector la narrativa completa —a la espera de un volumen con sus artículos y sus relatos breves— de este argentino que revolucionó la novela de los años ochenta, una década que anda escasa de narrativa nueva y afín a la época, aunque pocos se enteraran entonces.
Con un estilo más callejero que urbano, la prosa de Núñez se tira por precipicios a tumba abierta, golpea y se desmelena, aunque nunca, por más que lo que pase sea absurdo o increíble, los diálogos resulten inverosímiles. El lector se cree firmemente lo que esté pasando en escena, aunque la locura o el sueño sean lo que mueve los hilos. Porque sí, todo es extremadamente onírico: se crea un mundo volátil, pero con conversaciones extremadamente coherentes en ese mundo.
Tanto más en esta novela, que resulta la más desquiciada de su autor, pero en la que el lector establece una extraña conexión con los personajes. No se trata de que se sienta identificado con ellos, porque nunca se va a ver trasladado a estas extrañas situaciones; pero, si se viera en ellas, su respuesta sería la misma.
Se ve acompañado, además, el volumen por unas páginas del mecanuscrito original, lo que permite comprobar el método de trabajo de Raúl Núñez, lanzándose a tumba abierta sin mapa, sin propósitos iniciales y a lo que salga, un “lo que salga” que después corregía —no demasiado— a mano sobre las páginas salidas de la máquina de escribir.
Como decimos, el último capítulo es el que resulta más inquietante, un inesperado y precioso testamento en que una extraña luminosidad lírica lo domina todo y el lector casi desea abrazar a Juan, ese personaje tan lleno de humanidad, para lo bueno y para lo malo, que parece hecho de su verdadera carne.
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Anterior crítica de libros: Yo no quería ser Miqui Puig. Cronología sentimental de un cantante de amor, de Miqui Puig.

