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Cinco horas con Jorge Martínez

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«Hemos fantaseado con la resurrección de nuestro amigo, una resurrección que se adhería a su epitafio (“volveré”). Nos lo podemos permitir, creo»

 

Carlos H. Vázquez, autor de Jorge Martínez, conversaciones ilegales (Efe Eme, 2019), y que conoció de primera mano al líder de Ilegales —el hombre y el músico— escribe estas líneas para despedirle.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Foto: MABEL LADYBLUES.

 

Uno no podía imaginar este final para Jorge. Cuesta creer que ya no esté entre nosotros. Su actitud vital era la de un tipo que se ponía de lado cuando le miraba la muerte. Él era, de hecho, un demonio. Pero incluso para ellos también hay una despedida.

Hace unos años ya, cuando Jorge y yo empezamos con nuestras entrevistas para el libro Conversaciones Ilegales (2019), redescubrí no solo a un músico, sino a un ser humano valiosísimo con una vasta cultura basada en lecturas, canciones, películas, pensamientos y soldaditos de plomo que coleccionaba con meticulosidad marcial. Eso me llamó mucho la atención.

Repasé en su momento el documental Mi vida entre las hormigas, donde se puede comprobar todo esto que estoy escribiendo, que ahora mismo no son más que pensamientos a vuelapluma.

Insisto: me está costando mucho escribir ahora mismo sobre el amigo Jorge. He respondido a los medios y entrevistas para hablar de él, pero he dejado de contestar más mensajes de WhatsApp y privados de las redes sociales. No por dejadez o mala educación, es que hoy no puedo. Me preguntan cómo era Jorge de una manera más personal y repito lo mismo: era un tipo muy generoso. De hecho, mencionarle en pasado se me hace imposible. Sufro.

El día que Juan Puchades me encargó el libro de conversaciones con Jorge, yo ya le había entrevistado en diferentes ocasiones, la primera vez en Popular 1 para hablar de sus discos preferidos. Pero, para el libro, debía empezar de cero, partiendo de la génesis del músico asturiano. Esto es: ¿cuándo nació? Canónico punto de partida que tuve en cuenta solo para la primera pregunta, porque después ya entramos con «el ruido», el momento en el que apareció en su vida. «El primer ruido que tenía que ver algo con la música fue el de la radio de mi abuela cuando la sintonizaba», me respondió Jorge aquella tarde de invierno en la que quedamos para hablar e iniciar nuestras conversaciones. Después llegó Elvis Presley, y le «dejó pa’llá».

Me está resultando cruel para conmigo mismo leer otra vez Conversaciones ilegales. Hace poco más de siete años del principio de aquel libro. Recuerdo el frío de entonces, que apareció Dani Nel·lo, que apuramos cervezas y que Patricia J. Garcinuño llegó casi al final para hacer las fotos que nutrieron el interior y sobre todo la portada, icónica para mí.

Eran otros tiempos, diferentes a los actuales, nuevos y salvajes. He estado hablando estos días de olor a muerte con amigos que lo conocieron, como Edu Galán, Loquillo, Enrique Bunbury… Simplemente para cruzarnos mensajes lamentando la pérdida de Jorge. Hoy, hablando con Edu sobre su funeral, hemos fantaseado con la resurrección de nuestro amigo, una resurrección que se adhería a su epitafio («volveré»). Nos lo podemos permitir, creo. Como el que está en un tanatorio y rompe el lagrimeo bromeando: «Pues otro que se ha quitado de fumar».

Me gustaría recibir mañana una llamada de Jorge, como la que recibí tantas veces. Nos pasábamos los sábados hablando durante un par de horas, empequeñecidas si tenemos en cuenta que la primera entrevista para el libro duró más de cinco. Cinco horas con Jorge, podía haber titulado a aquella obra que publiqué a comienzos del 2019. Pero ya es tarde para eso. Ya es tarde para todo.