
«Parecemos un ratón de laboratorio… y en la escuela no nos enseñan a vivir»
Jagoba Estébanez conversa con el músico catalán sobre su nuevo disco, el noveno de su carrera, y la crudeza de la vida que, este año, le ha azotado personalmente. Una charla profunda y sincera sobre el paso del tiempo, la pérdida y la aceptación.
Texto: JAGOBA ESTÉBANEZ.
Fotos: CARLA PÉREZ VAS.
«Cualquier tiempo pasado fue mejor» es uno de los versos más famosos de Coplas por la muerte de su padre, de Jorge Manrique, elegía que data del siglo XV. Ramón Fernández (The New Raemon) acaba de perder a su padre este año y uno de los pasajes de su nuevo disco reza «envejecí diez años en un día».
Han pasado más de quinientos años y el ser humano sigue aferrándose a su pasado reciente como algo mejor, principalmente al que cada generación conoce o recuerda, aunque sea vagamente. «Está todo cada vez más polarizado y, con tantos impulsos y distracciones vacías, hay ocasiones en las que nos olvidamos el motivo por el cual vivimos la vida dentro de este cuerpo, de este recipiente. Parecemos un ratón de laboratorio… y en la escuela no nos enseñan a vivir. Si fuéramos todos un poquito más conscientes, hay un concepto de la felicidad que tendríamos a nuestro alcance, basado en la consciencia y en la presencia», reflexionaba un Ramón sosegado y seguro de sí mismo, pero con la humildad que le caracteriza mientras da un sorbo al café cortado.
Escuchándole, me venían a la cabeza recuerdos de mi padre dándome de beber agua de sus manos en una fuente pública, para evitar que arrimase la boca al grifo. Parte del agua se escapaba entre sus dedos enormes. Hasta que alguien nos da una taza y nos enseña cómo llenarla. Ocurrimos lejos (Cielos estrellados, 2025) es esa taza.
El noveno álbum del catalán bajo su alias The New Raemon es un trabajo que confirma su madurez artística emocionando, enseñando y maravillando sin recurrir a artificios. Una experiencia vital extraordinaria. Una obra breve —de apenas media hora—, pero intensa, condensando nueve canciones en una reflexión profunda sobre el paso del tiempo, la pérdida y la aceptación, desde un prisma positivo lleno de redención y consuelo de alguien que lleva toda una vida dedicándose al oficio de componer canciones.
«Este disco es como regresar a los inicios, pero ahora también estoy practicando poesía —con mi música— y leyendo mucha filosofía. Además, casualmente, ahora también vuelvo a hacer ruido con Madee, haciendo bolos y escribiendo canciones», reconoce nuestro protagonista, alguien que nunca se dejó pervertir por el éxito que supuso su primer álbum en solitario, el que Ricky Faulkner le animó a componer mientras ambos militaban en la banda Madee. «Al final es un tema de consciencia, antes no era del todo consciente de lo que hacía; pero ahora hay intención, armando cada estrofa de manera muy consciente. En realidad, lo entiendo como si fuera una meditación, hay gente que hace yoga y yo hago canciones, e intento hacerlas lo más bellas posibles», prosigue quien enfoca el arte como un proceso de catarsis mental.

«Hay un concepto de la felicidad que tendríamos a nuestro alcance, basado en la consciencia y en la presencia»
«He discutido en varias ocasiones con Ricardo Lezón —cantante de la banda McEnroe— que hay mucha gente que considera que nuestras canciones son tristes, y no lo son. Eso es un error. La gente que tiene esta visión utiliza la música para otra cosa como bailar, socializar o pasárselo bien, y no para profundizar. Y es algo lícito que no critico. Pero lo que nosotros hacemos es otra cosa: canciones bonitas que además son útiles. Recuerdo que cuando salió Las orillas (Subterfuge Records, 2012) de McEnroe, yo me encontraba en un momento sentimental muy complicado tras una ruptura, y ese disco literalmente me salvó la vida. Recuerdo escucharlo y llorar de emoción tras despertarse en mí un sentimiento de aceptación de esa pérdida. Hubo un viaje en coche en el que me quedé totalmente desarmado simplemente escuchando la cara A, las cuatro primeras canciones. Y si hoy en día me vuelvo a poner ese disco, siento de nuevo esa emoción».
El título del nuevo disco de The New Raemon, Ocurrimos lejos, es una epifanía sobre saber quién es uno mismo, arduo proceso que en muchas ocasiones queda irresuelto. «Ocurrimos cerca, en la frontera entre el ayer y el mañana», indica la canción homónima del álbum que, junto a “Sentados sobre el trueno”, forman una pareja de himnos tribales con aires de la América nativa digna de la banda sonora de una película de Wes Anderson, donde los niños parecen adultos y los adultos, niños. En el caso de la primera con las cuerdas, y en el de la segunda a nivel de percusión, cadencia y coros murmurando.
Pero, por otro lado, huelen a salitre más que a tierra. Desde los primeros compases en “Laberinto” queda retratada la intención del autor con respecto a la nimiedad del ser humano y a la escasa transcendencia a título individual: «Las olas golpean las rocas / y lo seguirán haciendo cuando tú no estés aquí para verlo», sabia reflexión de alguien que está a medio camino entre aprender a vivir y a morir, y así mismo lo reconoce Fernández: «Yo estoy vivo de milagro, podría haber muerto dos veces. La primera, ahogado en una piscina verde en la que me caí con cinco años de edad. Me encontró mi primo cuando ya pensaban que era demasiado tarde. La segunda, en un grave accidente de tráfico a los quince años, por el cual pasé dos años en una cama y siete para caminar sin bastón. Esto me hizo ser quien soy hoy. Hoy estás aquí y mañana no», recuerda sin rencor. Quizá, sea por esto que también hay atisbos de aceptación del paso del tiempo, mezclado con el duelo de la partida de un padre en la bella y breve “Una piedra en el río”, joya escondida que cierra el disco como si quisiera desaparecer con nosotros, con palabras como «cuidar el uno del otro por propia voluntad» o «lo que hacemos no tiene tanta importancia / fluye la corriente de un arroyo y se lo lleva la tormenta». En ella, un elegante y sedoso sintetizador nos retrotrae a “Una inquietud persigue mi alma” de Iván Ferreiro.
El elepé alcanza su apogeo a la mitad, en el tándem de “Tiempo” y “Diez años y un día”. Son dos piezas cargadas de eco y con unos arreglos muy trabajados, pero lo suficientemente sutiles como para no engolosinar demasiado la atmósfera contenida del disco y seguir apostando por la desnudez, en los que la figura de Ricky Lavado (Standstill, La Joya, Egon Soda) ha sido fundamental. La guitarra al estilo britpop, la batería marcada y el estribillo cargado de coros en “Tiempo” enamoran, mientras se va desgranando la historia de los veranos que el autor pasaba estudiando inglés en Irlanda de joven.

«Lo que nosotros hacemos es otra cosa: canciones bonitas que, además, son útiles»
Letras maduras sobre la ausencia que sigue adornando una presencia ya fugada: «prodigiosamente bellos a contraluz entre los destellos de juventud / un tiempo que no volverá». Envidiable estampa la de unos adolescentes corriendo por las playas hibérnicas en los noventa. “Diez años y un día” es, con creces, el mejor tema de todos y posiblemente uno de los mejores de su carrera. Una obra maestra mezclando acústico y eléctrico en la que todo funciona, hasta ensalzarla como algo épico, incluyendo la colaboración vocal de su hija Leia Fernández, despuntando también en el mundo musical de la mano de la banda Mourn.
La ya referida contención de artificios donde prevalece la voz y la historia hace alarde en “Una vez vi al viento” y “Frente a la bahía”, que brillan por su lirismo y su capacidad de emocionar sin alharacas, impregnando cada verso de una melancolía lúcida y una honestidad desarmante. Además, en “Un poco de otoño” la sensación es la de estar escuchando a alguien que canta para sí mismo, pero que nos invita a compartir ese espacio de vulnerabilidad.
En tiempos de sobreproducción, Ocurrimos lejos es una rareza a proteger como oro en paño: un disco que apuesta por la quietud y la emoción sin filtros a través de palabra y melodía. En ese orden. Uno de los trabajos más conmovedores de su carrera, un disco que, como la vida misma, es breve, intenso y deja cicatrices. Pero su aparente sencillez esconde una revolución silenciosa: la de un artista que sigue encontrando sentido en cantarle a la vida, a lo que duele y también a lo que salva. Un Paolo Sorrentino en la música. No es un álbum para escuchar de fondo: exige atención, pausa y disposición para dejarse atravesar por sus versos, que pronto suenan como propios. Quizá, por eso, cuando termina, sentimos que hemos ocurrido lejos, pero también más cerca de nosotros mismos que nunca.
Pero lo mejor, la guinda del pastel, es que muchos no prestamos atención al verso de Jorge Manrique que precede a «cualquier tiempo pasado fue mejor», y que cierra el círculo de este modesto artículo: «como a nuestro parecer / cualquiera tiempo pasado fue mejor». De igual manera, The New Raemon se empeña en darnos herramientas para disfrutar del momento actual a través de la consciencia y la atención plena en lo que estamos haciendo. Algo que él mismo transmite con su presencia y su magnetismo, estando aquí y ahora, presente con los cinco sentidos más allá del ruido interior y exterior. Digno de una persona que ha tenido uno (o dos) bonus track y que ahora rebosa arte entre la pulsión vital y la aceptación del final.

