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El poder sobre una misma, de Lorena Álvarez

DISCOS

«Nueve canciones que lo llenan todo y que casi son plegarias a la naturaleza, al amor o a ella misma, perfectas en las armonías y en la lírica»

 

Lorena Álvarez
El poder sobre una misma
MONTGRÍ, 2025

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

Lorena Álvarez está menos atenta al juego de lo popular en este nuevo elepé, sin embargo, en él se desliza una voz pura, unas letras de talante optimista, pero más situadas en la canción íntima que en el espíritu indie o en la música tradicional. Es lo que ocurre en “Cuando el amor crece”, más canción al uso —bolero incluso— que otra cosa, que no supura el hechizo de siglos de canto popular, pero que en contrapartida goza de un final delicioso. Es cierto que “Increíble” bebe más de la tradición y se asienta en lo que sería una rumba serena, con los jaleos de Soleá Morente, pero regada por texturas inéditas. Es esta la esencia que nos gusta de Lorena, con detalles de imaginación que se resuelven en las almas que, desde su Asturias natal, ponen su vista en el sur.

En ocasiones, el hilo que une sus canciones con la tradición oral es finísimo. En “Rezo en secreto” la conexión no es evidente, pero hay un canal secreto en el quejido y el dolor, tamizados por voces que serpentean y por las cuerdas de una guitarra después. También la que da título al conjunto surge de cavernas secretas —desde un blues asturiano muy florido, que huele también a ranchera y a wéstern—, para narrar una caída en la fosa de la que se sale arañándose. A pesar de ello, la melodía es alegre, trotona, hasta convertirse en un canto colectivo que incluye la participación de la cantante palestina Miriam Toukan, cantando en árabe, y un recuerdo final a Ray Heredia trasladado a lo femenino.

Volvamos a lo popular, “Los pensamientos” opta por filtrarlo en lo más personal, aunque en la parte final se decanta por encaminarlo a los sonidos cálidos a los que nos tenía acostumbrados, para remarcar una letra en que, con imágenes sutilmente lorquianas, poetiza cómo funcionan nuestros pensamientos.

Y aquí se despuntan dos direcciones. La primera es hacia lo íntimo, lo introspectivo, siempre más callado. En “Guíame” hay gritos oscuros de socorro, para saber amar mejor, y es una canción extensa, pero porque se ayuda de letanías y de un canon final casi clásico, con preciosos arreglos de flauta y teclados. En cambio, “Disolver el deseo” es mucho más natural, más calmada, a pesar de que tiene un mayor apoyo de la percusión y de las cuerdas finales, que logran una canción más pura, más pop también.

“Una mirada oscura” es incluso más devota de sonidos tradicionales. Hay agua vertiéndose, lluvia, el silencio se hace sólido y recoge versos de San Juan de la Cruz —«pequeña llama de amor viva»— y canto gregoriano que se llena de sensualidad y también de una mirada interior que parece asombrada e inquieta.

Incluso este espíritu se hace evanescente en “Se me daba cuidao”, una canción que recorre paisajes líricos para una historia de desamor —«Dejemos de ser vagabundos y empecemos a ser peregrinos», proclama en impecable sentencia—, con coros celestiales que acaban en suave psicodelia y flamenco, entre bordados ambient de sintetizador y, de nuevo, con Soleá Morente cantando unos versos al final que, ahora sí, son pura poesía popular.

Nueve canciones que lo llenan todo y que casi son plegarias —“Rezo en secreto”, recordemos—, a la naturaleza, al amor o a ella misma, perfectas en las armonías y en la lírica y, por lo tanto, efectivas. Nueve canciones que narran el poder de una mujer que cae y se levanta con las heridas por dentro, callada, pero rota por el dolor. Consciente de que lo único que sobra es el ruido en el que estamos envueltos y lo que falta son esas flores secas que iba recogiendo cuando volvió a su pueblo de San Antolín de Ibias y que son un perfecto símbolo en la portada del disco.

Anterior crítica de disco: The Cords, de The Cords.